La memoria es frágil, pero no tan frágil como la confianza. Tirios y troyanos en Venezuela abusan de la confianza de los electores, manipulándonos al extremo, como queriendo hacernos olvidar quiénes son y de dónde vienen, cuando menos es un insulto a la inteligencia.
La llegada de la era Chávez (previo a 1998), coincide con el máximo rechazo que teníamos a la política clientelar y a los partidos (más de un 80%); queríamos una sociedad donde no necesitaras una recomendación para optar a un cargo público y hacer ruta de carrera dentro de una institución sin que te sometieras a los designios de una tolda partidista. La opulencia de los allegados a los políticos de oficio era más que evidente, mientras las oficinas de gobierno no eran precisamente el ejemplo de eficiencia que todos reclamábamos.
Dos décadas más tarde, la situación no ha cambiado. En plena era cibernética e híper conectada es aún más evidente, por tanto peor. Tirios y troyanos acusan a sus oponentes y sus contextos de usar artimañas e ingentes recursos en tratar de ganar favoritismo y de anular al contrario. Los políticos en Venezuela nos creen imbéciles; de pronto tan igual son los políticos en el mundo entero, pero los de Venezuela creo que llevan la delantera.
Comienzo a sospechar que merecemos lo que nos sucede, al parecer nos falta mucha cultura política. El voto castigo y el voto emocional sigue imperando; no votamos por un mejor proyecto sino por el menos malo o, al menos, el que nos dé la sensación de salir del peor de los contendientes.
Tenemos líderes políticos tan poco agraciados en inteligencia, que promueven sus actos y sus promesas en función de repartir de manera directa la renta petrolera. Creo que nadie les ha dicho que eso lo puedes hacer cuando existan un extremo orden y una adecuada pulcritud administrativa, y después de haber cubierto toda la planificación presupuestaria; no sé si se puede hacer en uno que otro país escandinavo donde hay un evidente orden administrativo y una más que evidente corresponsabilidad ciudadana. Hacerlo en Venezuela, es alimentar el caos.
Repartir recursos sin haberlo establecido en el presupuesto público, es común en Venezuela en las últimas cinco décadas, cada gobierno es más espabilado que el anterior haciendo esta práctica a todas luces violatoria de los principios básicos de la planificación.
Desde la “Tarjeta Mi Negra” hasta el grito de “¡Aprobado!”, la sociedad venezolana de las últimas dos décadas ha sido testigo de la irresponsable propuesta (y acciones) encaminada a mantener el contento popular. De allí que la emocionalidad en el voto es y, por lo visto, seguirá siendo evidente.
También nos creen imbéciles cuando no hay asunción de culpas propias y, junto a ello, no hay reflexión de lo que no se debe repetir. Las políticas intrínsecas a buena parte del discurso de la actual oposición venezolana, son tan similares a las políticas ejecutadas en las décadas de 1980 y 1990 que nos llevaron a la era Chávez, que temo que el péndulo político y social pueda oscilar de nuevo hacia ciertas condiciones socioeconómicas desencadenantes de la era en mención que hoy se critica.
Por su parte, el actual gobierno del presidente Maduro también cree tontos a los electores al considerar a sus correligionarios traidores de no continuar apoyando el legado Chávez por medio del voto automático y sin razonamiento alguno.
Maduro heredó los dos a cinco peores años de popularidad del presidente Chávez, y la popularidad es lo de menos porque es un reflejo de las políticas desacertadas que se venían ejecutando. Luego de 2004, denunciamos que no es correcto dejar de seguir un proyecto para seguir un líder. Con el nacimiento del PSUV en 2006 murió el sueño del poder popular, al tiempo que el partido, el gobierno y sus líderes institucionalizaron la política de bajar instrucciones a las comunidades organizadas y estas a su vez institucionalizaron acercarse a la estructura para exigir obras y recursos.
En el Consejo Federal de Gobierno, máxima instancia de coordinación de políticas públicas, luego convertido extrañamente en máxima instancia de distribución de recursos a las regiones (gobernaciones y alcaldías) por medio del FCI, ya no se discutían políticas públicas sino proyectos locales y sus mecanismos de financiamiento fuera del tradicional situado constitucional. Se suponía que la función planificadora era la primordial, por sobre la distributiva de recursos.
Por ley, el Consejo Federal de Gobierno se nutriría de las políticas y proyectos acordados en los Consejos Estadales de Coordinación de Políticas Públicas y en especial discutidas en los Consejos Locales (municipales) de Planificación Pública. Luego nacieron los Consejos Comunales para dar organicidad a la participación formal de las comunidades en la planificación pública. Hasta allí estamos bien, el problema es que nunca se cumplió.
“Bajar líneas” o instrucciones al poder popular que antes fue convocado para acabar con el Estado burocrático, es tal vez el peor error conceptual cometido por la era Chávez (incluye al actual presidente Maduro). Ante los desafueros y tensiones propias de los militantes que advertían tal desviación, la reacción del gobierno fue transferir más obras y recursos directamente a las comunidades, agrupaciones y particulares, para tratar de calmar el descontento (práctica errada que aún sigue empleando).
El mayor partido de América Latina nació para morir y para matar la revolución que sus dirigentes han profesado. No hay otra manera de hacerlo sobrevivir sino a través de la férrea disciplina, cánticos, salutaciones preestablecidas y una máxima lealtad a un líder, tal como en una academia militar o en una estructura religiosa. El otro problema es que las personas convocadas para conformar la estructura son, en esencia, enamorados del proyecto original alejado precisamente del control partidista que imperaba en décadas anteriores. Todo tenía que implotar, era cuestión de tiempo.
Por una parte están las bases del poder popular siguiendo el proyecto país, la Constitución Nacional y, espero no suene a sacrilegio, el “Plan de la Nación” 2001-2007 (me quito el sombrero por lo bien estructurado que fue, con impecables indicadores y mecanismos para su evaluación, aunque jamás puesto en práctica) y, por otra parte, están los líderes y los partidos políticos, seguidos en parte por las bases del mismo poder popular, que poco a poco se dieron cuenta que las retrocedieron a la política venezolana de cuarenta años atrás.
¿Quién traicionó a quién? Antes decía que llamar traidoras a las bases que se alejan de quienes a su vez se desviaron del proyecto original es una idiotez, y más idiota el que termine creyéndolo. La apostasía sólo es pecado en algunas religiones fundamentalistas y eventualmente en algunas estructuras propias del crimen organizado, fuera de eso se trata de un despertar de conciencia y del legítimo derecho a optar por los principios que una vez unieron a las bases con sus líderes, pero que los mismos líderes se encargaron (reitero) de deformar el rumbo que antes apuntaba a un proyecto en parte coherente.
El caso de la oposición no es mejor. Igual se están embriagando de poder y aún no han asumido su primera gran parcela política en dos décadas, en este caso el parlamento nacional ganado legítimamente en diciembre 2015. Si dejan de tratar al electorado como tontos, tal vez logren conducir ciertas reformas básicas en la política nacional que nos conduzca, en primer término, a un acuerdo nacional de gobernabilidad (gobernaza, si prefieren decirlo en brasilero), donde den el ejemplo de saber interpretar el momento histórico que estamos viviendo y de saber escuchar las bases que los eligieron y las que no.
En segundo término, tienen la enorme oportunidad también histórica de concertar una política común que nos concentre en torno a temas también comunes: desorden administrativo, improductividad, escasez, inflación, impunidad e inseguridad. Todo ello se atiende con orden y conciliación. La apretada correlación de fuerzas no amerita más pugnacidad, sino cooperación.
Si tirios y troyanos comprenden esto, Venezuela será un país que bien puede ser de tirios y troyanos (incluso de quienes no los optamos), pero también de un eficiente y productivo reenrumbamiento civilista y republicano, con referente sobre lo acordado y logrado en la sociedad política venezolana de 1936 a 1944.
Fuera de dicho período, el péndulo en la correlación de fuerzas se ha alejado de la armonía y el equilibrio, sin indicar con ello que el mencionado momento histórico fue perfecto, pero sí se trató de la mayor y voluntaria desmilitarización del aparato burocrático nacional y de un importante consenso en torno a inteligentes políticas públicas que hicieron de Venezuela en las siguientes tres décadas el país más próspero de toda América Latina.
Asumir la responsabilidad histórica es la respuesta, pero la conciliación en torno a un proyecto país común es la clave. Considero que todos podemos lograrlo. Gracias por permitirme haber llevado este mensaje hasta ustedes.
@samscarpato
Código: 02-2015-0123
Para citar este escrito:
SCARPATO, Samuel. (2015). Venezuela, más que tendencias electorales, es el ánimo de una sociedad. Primera publicación en fecha 13-Dic-2015 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 21-May-2016. Consultado en fecha (día)-(mes)-(año). Disponible: https://samscarpato.com/venezuela-mas-que-tendencias-electorales-es-el-animo-de-una-sociedad/