Este artículo fue expuesto y sustentado de modo presencial en la Universidad Autónoma de Barcelona, Catalunya, el día 10 de octubre del 2023, en ocasión de las VI Jornadas de Estudios Latinoamericanos.
Pan-amazon vision of the climate problem from the perspective of the original peoples
Abstract
The climate emergency has taken a leading position in the international political discussion due to its impacts on agriculture, tourism and public health; Although it could be addressed from the scientific context, it has been developed more in the political sphere by the stakeholders who, on the one hand, promote this emergency as a political agenda and virtual advancement of their geopolitical positions, vis-à-vis those groups; that minimize the importance of this global phenomenon with devastating natural expressions that catalyze the climatic displacement of important populations in their respective migratory flows, whose denial could respond to fears or interests about the loss of their corresponding geopolitical positions. We want to demonstrate that both sides support discursive forms that respond to the normative scientific hegemony that the West has maintained for almost two millennia. The tricks used to impose their positions do not take into consideration the knowledge and cultural tradition of the original inhabitants of the natural areas that they claim to defend or, on the contrary, ignore.
Keywords: Climate emergency, Native peoples, Indigenous peoples, Climate change, Environmental management, Cultural hegemony, Scientific hegemony, Amazonia.
Resumen La emergencia climática ha tomado un puesto preponderante en la discusión política internacional por sus impactos sobre la agricultura, el turismo y la salud pública; a pesar que se pudiese abordar desde el contexto científico, se ha desarrollado más bien en el ámbito político por parte de los stakeholders que, por un lado, promueven dicha emergencia como agenda política y de virtual avance de sus posiciones geopolíticas, frente a aquellos grupos que minimizan la importancia de este fenómeno global con expresiones naturales devastadoras que catalizan el desplazamiento climático de importantes poblaciones en sus respectivos flujos migratorios, cuya negación pudiese responder a temores o intereses sobre la pérdida de sus correspondientes posiciones igualmente geopolíticas. Queremos demostrar que ambos bandos sostienen formas discursivas que responden a la hegemonía científica normativa que occidente ha mantenido por casi dos milenios. Los ardides empleados para imponer sus posturas no toman en consideración los conocimientos y la tradición cultural de los habitantes originarios de las zonas naturales que dicen defender o, por el contrario, soslayar.
Palabras clave: Emergencia climática, Pueblos originarios, Pueblos indígenas, Cambio climático, Gerencia ambiental, Hegemonía cultural, Hegemonía científica, Amazonía.
Samuel Scarpato Mejuto es doctor en Ciencia Política por la Universidad Simón Bolívar (Venezuela), investigador asociado en la Unidad de Políticas Públicas de esta universidad. Especialista en sociología política y análisis de políticas públicas para el desarrollo local sustentable. Profesor (2001-2017) de Teoría administrativa y Gerencia ambiental en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (Venezuela). Investigador en indigenismo, sostenibilidad, seguridad y autogestión alimentaria. Autor del libro “Cantos de tierra y vida” donde, frente al cambio climático, expone relatos producto de treinta años de experiencia en voluntariado en comunidades rurales e indígenas de Latinoamérica. doctorscarpato@gmail.com
Presentación
La discusión internacional frente a la emergencia climática suele ser avivada por los distintos grupos de interés que interactúan de manera más o menos intensa según la agenda científica, financiera y política de cada stakeholder. En este contexto, las partes han promocionado y eventualmente impuesto diversos conceptos en la discusión pública internacional, lo que ha enrarecido las necesarias deliberaciones y soluciones en materia ambiental. Eventualmente, la ciencia y la objetividad parecen ser desdibujadas y sustituidas por lemas y consignas que pasan a ser los escudos, las lanzas y los gritos de guerra de las partes en pugna.
Ahora bien, si el “paciente” es el planeta Tierra y a todos nos afecta su salud, ¿por qué hay partes enfrentadas?, ¿por qué la ciencia tiene que valerse de lemas y consignas, cuando sus argumentos pudiesen ser sólidos postulados que nos pudiesen ayudar a resolver el problema? Aún peor, ¿estos lemas y consignas provienen realmente de la ciencia o, más bien, responden al ardid publicitario y de la pseudo ciencia de la cual se valen algunos sectores que quieren ocultar las propuestas y reclamos de la verdadera ciencia? Estamos hablamos, entonces, de intereses enfrentados y del silenciamiento científico.
En apariencia, las agendas en pugna corresponden a ideologías de izquierdas contra derechas, u oriente versus occidente, incluso globalismo en contraposición a la autogestión de los pueblos, asomándose una polarización y posible retorno a la guerra fría. Sin embargo y en alusión a lo que nos advirtió el filósofo brasilero Ribeiro (1970), en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI, se observa más bien un desplazamiento financiero y geopolítico de bloques de poder en torno al intento de dominio del salto tecnológico que se vive en este medio siglo, con profundas implicancias en el control de los mercados y del consecuente uso voraz las materias primas requeridas por las nuevas tecnologías[2].
Al parecer, la ralentización en la aplicación de las soluciones frente a diversos problemas climáticos proviene de los mencionados intereses enfrentados. Pero ¿este enfrentamiento responde en realidad a intereses asociados a la dialéctica de imperios o centros mundiales de poder, o se trata de la expresión sostenida de una conservadora visión eurocentrista que ha condicionado por siglos el avance científico global?
Esta disertación no busca explicar ni correlacionar el comportamiento de los nuevos polos de poder, no obstante, intentaremos al menos identificarlos. El objetivo central del encuentro con nuestro auditorio es demostrar cómo la ciencia imperante continúa soslayando el impacto ambiental de los nuevos actores económicos, empleando, justamente, ardides del lenguaje científico y pseudo científico en los escenarios de los que se vale la política internacional.
Haremos un somero recorrido por algunas situaciones que pudiesen ejemplificar la distorsión que el pensamiento eurocentrista y occidental en general ha volcado sobre la discusión en torno a la emergencia climática, tratando de abocarnos a una de las aristas etimológicas y semánticas que genera ruido y distracción en la política internacional, mientras el deterioro de las condiciones de vida sobre el planeta Tierra se acelera cada vez más. Concentrémonos en este momento en la simpleza de la palabra como herramienta del entendimiento humano y, a la vez, como instrumento para solucionar problemas que amenazan la vida sobre el planeta Tierra.
El necesario punto de partida
Para hablar del continuum en la imposición de criterios o hegemonía conceptual occidental sobre la gestión territorial de los bosques tropicales de Suramérica, incluyendo sus culturas ancestrales, la hidrografía, y la biodiversidad, debemos separar algunas variables explicativas del problema con sus respectivas líneas temporales. De esta manera, la visión de lo que está bien y está mal, la concepción de civilidad y civilización, la imposición de la democratización normativa, la visión de progreso y desarrollo económico, el alcance conceptual e hidrográfico de la Amazonía, o la acepción de sostenibilidad por sobre la sustentabilidad, entre otros aspectos a discutir, recorren líneas diversas líneas de tiempo y se someten a una institucionalidad sectorizada[3], no obstante, todo parece partir de un mismo origen.
Con la llegada de la era cristiana o era común, Roma había dejado de ser una república y pasó a ser un imperio. Con escasas excepciones, la normatividad de entonces se alejó del sentir ciudadano y también del escaso sentido común de la administración de la ley, recordando que, aun en tiempos de la república, igual se avasallaban, ocupaban, conquistaban y saqueaban vastos territorios ricos en recursos, cultura y, en muchos casos, con una frágil biodiversidad. Este modelo insustentable de dominio con un insaciable apetito centralizado debía decaer, implotar y sucumbir, como en efecto sucedió entre los siglos IV y V de nuestra era común.
La desaparición del imperio romano y llegada de la Edad Media, no significó una descentralización del poder o algún tipo de evolución en las formas organizativas del funcionamiento burocrático, supuso más bien una atomización del modelo imperial hegemónico y centralizado, convertido en miles de espacios cuyos regentes en pugna detentaban reinos, ducados y principados, muchos con sus respectivos condados que, para poder dar viabilidad a los respectivos dominios, debían dejar la administración de la tierra y sus recursos a personas con cierta cercanía y confianza, entre ellos el conde y otros señores feudales.
Había nacido el feudalismo, cuyos códigos morales respondían a lo que el imperio romano de occidente, un siglo antes de desaparecer, decidió asumir como religión. Los avances técnicos y científicos conocidos para entonces, por muy pocos que estos fueran, pasaron a estar bajo la observancia y el condicionamiento de los mencionados nuevos códigos morales. En consecuencia, las leyes y casi todos los preceptos normativos igualmente se supeditaron a la religión y a los dictámenes de los monarcas con el beneplácito de los representantes de esta.
Nos han hecho creer que las formas de dominación de dos milenios atrás, difundidas a través de modos más eficientes o alienantes en la Edad Media a causa de la religión, comenzaron a desaparecer con la insurgencia proto liberal del Renacimiento italiano entre los siglos XV y XVI y la consecuente llegada de la Edad Moderna; nada más lejos de la realidad. Lo mismo nos hicieron pensar con las gestas liberales del siglo XVIII en la política francesa y en la economía inglesa. Esta manera de resumir el nacimiento y unificación de la mayor parte de las naciones contemporáneas, pretende indicar que, así como lo común en estos tres o cuatro siglos no es la autogestión de los pueblos del mundo, tampoco lo ha sido una difundida existencia de regímenes cuya característica más resaltante deja de ser el saqueo a la naturaleza o el ejemplo de modos de vida armoniosos y sustentables desde el punto de vista social y ecológico. Con la llegada de la Modernidad, se incrementaron los modos de dominación, conquista y saqueo, para nada sustentables. En ese contexto nacieron la ciencia como la conocemos y los entramados normativos en casi todos nuestros países, también las formas de deliberar y tomar decisiones, siendo, para todos los casos, modos diversos de dominación de masas. Aun así, el activismo social y político ha tratado de abrirse paso en medio de este sistema del cual indiscutiblemente formamos parte. Salvo escasas excepciones, el activismo ambiental también forma parte del sistema, siendo condicionado a emplear la corporativizacion[4] en la participación o bien los “canales regulares” para que sus grupos de presión canalicen sus demandas. Por su parte, los Estados están en la obligación de seguir el “debido proceso” en cuanto a atender dichas demandas y administrar las correspondientes soluciones, si fuera el caso.
A pesar del aparente pesimismo en torno a este recorrido, es en la década de 1950 cuando la ecología como ciencia hace los más desafiantes pronunciamientos a favor de la vida en el plantea y en contra de los modelos insustentables de desarrollo. Aquí, lo más importante es que la ecología pudo actuar sin ataduras institucionales ni político partidistas hasta inicios de la década de 1970, a propósito de la primera cumbre mundial del ambiente (Estocolmo, 1972). En este período, “la advertencia ecológica”, como se le conoce en el ámbito científico y del activismo ambiental, emerge díscola e independiente en distintos escenarios internacionales.
¿Qué pasó antes y después de este lapso?, ¿por qué se le permitió actuar sola a la ecología y qué sucedió después de ese momento? Poco antes de la segunda guerra mundial, ya los bloques de poder orientaban su influencia a condicionar la educación, la literatura y la cultura en general, la competitividad deportiva, la detentación de las materias primas estratégicas, el dominio de la producción y los mercados, la industria cinematográfica y la maquinaria comunicacional toda, en suma, todo giraba en torno a lo que conocimos luego como guerra fría, donde el desarrollo tecnológico en función de la “revolución del transistor” en la década de 1950 dio un considerable impulso a las industrias de la aviación y aeroespaciales, la tecnología aplicada a la comunicación de masas, a la computación (informática) y a lo que más adelante fue el internet. La ciencia estaba suficientemente concentrada en la explosión de sus propios avances tecnológicos, mientras que la ecología como disciplina era aun subestimada como rama científica con personalidad propia.
De allí la potencia y la “irreverencia” de los contenidos independientes en las publicaciones de decenas de científicos que hacían vida en torno a la ecología. Por extraño que parezca, la ciencia independiente se enfrentaba no de manera política a los grupos de poder, de hecho, ni siquiera se inmiscuía en asuntos político-ideológicos, menos aún partidistas. Los argumentos que dejaban en evidencia la insustentabilidad ambiental de los modelos de extracción, producción y distribución de bienes y servicios, sirvieron de aliciente para despertar el activismo ambiental de la década de 1960 y, en especial, la de 1970.
Los movimientos por la paz y en contra de la guerra, caso Vietnam (1955-1975), por ejemplo, consiguieron más argumentos en la ciencia ecológica para apalancar sus propias agendas. La destrucción de la vegetación, los suelos, la agricultura y decenas de miles de familias con el uso de sustancias fosforadas y cancerígenas en los bombardeos hechos sobre pueblos y aldeas que colaboraban con quienes se resistían a los intereses de occidente, es apenas uno de tantos ejemplos de la evidencia sugerida por la ciencia ecológica.
La política imperante vuelca su mirada sobre esta “ciencia subversiva” y decide institucionalizarla y burocratizarla, así sucedió en el mundo entero. En el caso de Iberoamérica, Venezuela fue el primer país en crear un ministerio del ambiente (1977)[5]. No obstante esta capciosa aseveración, partamos de la buena fe por la cual se le dio en todos nuestros países institucionalidad a la ecología y al ambiente en general. Sin embargo, aquella libertad con la cual actuaba la ciencia ecológica en las décadas de 1950 y 1960, pasó a depender de los lineamientos gubernamentales con absoluto control desde la década de 1980, lo que significó una asfixia casi sistemática de la advertencia ecológica, por los condicionamientos burocráticos que podemos esperar de nuestros gobiernos para con determinados sectores de la sociedad.
Del mercado del clima y la coerción semántica
Las grandes líneas y políticas estratégicas nacionales e internacionales debían ser instrumentadas o convertidas en programas, proyectos y medidas de intervención pública que pasaron a depender del intenso ritmo presupuestario de la administración pública de cada país. Esto implicó intentar interpretar y adoptar las medidas sugeridas en las primeras grandes cumbres ambientales. Desde las discusiones internacionales de finales de la década de 1960 y la Cumbre de Estocolmo en 1972[6], al nombramiento en 1983 de la primer ministro de Noruega, la doctora Gro Harlem Brundtland, coordinadora de la Comisión mundial para el ambiente y desarrollo de la Organización para las Naciones Unidas, a objeto de elaborar y presentar un informe que, al emitirse en 1987, fue titulado “Nuestra futuro común” donde se le da por primera vez una definición concertada y posible cauce en la política pública al Desarrollo sustentable (Sustainable development, en su versión original)[7].
La documentación al respecto es abundante, por lo cual nos remitiremos a mencionar los cambios o reinterpretaciones prácticas que distintos países desarrollados asumieron como medida de presión para aprobar parte de las acciones sugeridas por la comisión en cuestión. La deliberación que llevó finalmente a la primera gran COP1[8] ameritó casi una década (Berlín, 1995) y de esta última a la generación del documento conocido como Protocolo de Kioto en la COP3[9], se dieron justamente tres años después (1997). Lo que se busca rescatar de este pasaje, es el juego semántico que comenzó a reinar en este ámbito y cómo esto pudiese enmarcarse en la arbitraria ciencia imperante para beneficio de ciertas partes interesadas.
En esa década, del “Informe Brundtland” al Protocolo de Kioto, algunas cosas cambiaron, cuyas consecuencias estamos pagando caro. De la traducción gramatical “desarrollo sustentable” y “sustentabilidad”, pasamos a emplear el término “desarrollo sostenible” y “sostenibilidad”; si se tratase de un desliz a causa del uso de un anglicismo debido a su pronunciación en inglés, no hubiese mayor inconveniente. El problema de fondo es que, en la mayoría de las lenguas latinas o lenguas romance, dejamos de usar el verbo sustentar y el término sustentable, y pasamos a emplear el verbo sostener y la consecuente sostenibilidad (ambos verbos significan cosas muy distintas). En otras palabras, este concepto de desarrollo dejó se ser “defendible” y “necesariamente autogestionario”, para pasar a ser “costeable”, “subsidiable” y “negociable” desde muchos puntos de vista, entre ellos, el financiero. ¿Dónde se habla mayoritariamente estas lenguas?, en Latinoamérica, justamente donde se concentra la mayor parte de minerales estratégicos. Nada de esto fue casual.
Esto nos lleva a los bonos de carbono, uno de los comodities, más empleados para disminuir los pasivos ambientales producidos por las grandes empresas al llevar a los reportes financieros los impactos ambientales que generan. Detengámonos a conceptuar y ejemplificar estos bonos. Los lobbies financieros internacionales presionaron a los grupos de interés en torno a las COP1 (Berlín, 1995) y COP3 (Kioto, 1997) en el sentido de declararse la imposibilidad de lograr una transición ecológica en sus tecnologías de producción a mediano plazo. Entonces, la reconversión industrial para contaminar menos se negoció por medio de la certeza de poder comprar “cupos de contaminación” (medido en toneladas emitidas de CO2 por año) que las empresas de naciones ricas hacen a organizaciones y gobiernos de países pobres o en vías de desarrollo.
En cerca de cuatro décadas de haberse puesto al alcance de los países las recomendaciones derivadas del “Informe Brundtland” y a más desde tres décadas de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, no se ha logrado tal reconversión industrial con el objetivo de emplear tecnologías no contaminantes (transición ecológica), lo cual indica que lo que se estaba negociando no era un margen razonable de tiempo, sino la compensación ambiental, es decir, no se estaría procurando evitar, neutralizar o mitigar los daños e impactos ambientales, sino el aval para seguir contaminando con la condición de realizar inversiones ambientales compensatorias en otro ámbito geográfico o sectorial, tal como establece la Taxonomía europea de actividades consideradas inversión ambiental[10]. Paradójicamente, según el marco jurídico imperante, esto no está mal, pero tampoco está bien para la ética ambiental y social. Hablamos de un marco normativo que nos regresa al pasado, a esa Edad Media que mencionábamos al inicio de la disertación.
Regresemos al hilo conductor, el cual teje un recorrido en torno a la dominación y al lenguaje científico normativo para seguir detentando el aprovechamiento de territorios, mercados y materias primas. Desde Roma hasta los Estados Pontificios, siguiendo con España, Portugal, Holanda, Inglaterra, Francia o los Estados Unidos, entre otros centros mundiales de poder, en al menos dos mil años transcurridos, poco hemos cambiado la forma de convencer a los ciudadanos acerca del mal necesario, de las invasiones pertinentes, las guerras preventivas, las armas inteligentes, o la minería ecológica.
En este último contexto se circunscribe el crecimiento económico ad infinitum, el cual se defiende a toda costa y sigue siendo el principal indicador de desarrollo de las naciones, con evidente y encarnizada competición entre aquellas industrializadas. El modelo colonial extractivista de las potencias que son o han sido centros mundiales de comercio por sobre las naciones satélites o periferia, no ha cambiado en milenios. El estado de bienestar en las naciones occidentales industrializadas sigue sosteniéndose sobre la importación de materias primas sin valor agregado, por tanto, baratas, extraídas de las naciones menos desarrolladas.
El saqueo de recursos naturales implica la destrucción de un volumen columnar y de extensión de terreno mucho mayor con respecto al espacio a intervenir con la minería. Para aprovechar y comercializar algunos pocos gramos de oro o de coltán en la Amazonía, por ejemplo, se requiere la devastación de un volumen de tierra de 10.000 a 1 y, antes de ello, fue necesaria la tala y remoción de una extensión boscosa mucho mayor al área explotada, lo cual incluye vías de penetración, establecimiento de campamentos, espacios para aterrizaje de aeronaves, etc.
De allí la preferencia de la compensación ambiental a la mitigación y reparación ambiental en dichos espacios por parte de los países y las empresas extractivas, lo cual les resulta más práctico y expedito, pero ¿es esto más sustentable?, es decir, en atención de la definición esencial de desarrollo sustentable (1987), ¿permite esto cubrir las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la capacidad de poder cubrir las necesidades de las futuras generaciones? [11]. Obviamente el extractivismo, tal como está siendo practicado, no es en absoluto sustentable, lo cual nos lleva de nuevo a la imposición de la compensación ambiental y los bonos de carbono como chantaje científico normativo y como imposición semántica en la discusión política internacional. A este ritmo, necesitaremos dos y tres planetas para poder subsistir en el único planeta que nos dieron para vivir. El modelo de la compensación no es viable a razón de los límites planetarios[12].
El alcance hidrográfico como problema semántico
El condicionamiento semántico y científico normativo tiene tanto alcance, que muchas veces permitimos comportamientos antinatura en muchos órdenes de nuestras vidas, sin percatarnos que estamos perdiendo justamente las condiciones de vida en nuestros entornos más inmediatos y en el planeta todo, sólo por no perder los ritmos y estilos de vida en sociedad. Casi a diario, vemos titulares que resaltan hallazgos y avances tecnológicos, el empleo de nuevos tipos de armamento, novedosos sistemas productivos y, por supuesto, centenares de declaraciones políticas, en cuyos casos no nos detenemos a reflexionar y a evaluar los posibles impactos de cada acción e intención política, científica o económica[13].
En años recientes, la selva tropical lluviosa de Suramérica experimentó la mayor desaparición de biomasa forestal vista en siglos. Los llamados de atención por parte de activistas, organizaciones internacionales, afamados artistas y un sin número de científicos, fueron constantes y sentidos a favor de la biodiversidad y culturas allí seriamente vulneradas. Sin embargo, el presidente brasilero de turno, Jair Bolsonaro, manifestó que su gobierno no estaba interviniendo ni destruyendo el Amazonas como lo indicaban los medios. En parte, Bolsonaro tenía razón, y este es apenas una parte del inmenso drama que intentamos evidenciar.
Aun con el Tratado de Tordesillas de 1494, por el cual España y Portugal se reparten las rutas de navegación y los derechos de conquista sobre algunos territorios y dándose la llegada de los portugueses a lo que hoy es Brasil en el 1500 de la era común, son los españoles “los primeros” europeos en recorrer parte del vasto caudal del Amazonas, pero comenzando desde su extremo oeste, cercano a los Andes peruanos y ecuatorianos. Aquí comienza a instituirse una definición y valoración distorsionadas sobre la mayor pluviselva del planeta.
A inicios de la quinta década del siglo XVI, el extremeño Francisco de Orellana cruzó los Andes y descendió a la selva tropical en busca de la legendaria ciudad de El Dorado. En su recorrido por la selva, consiguió una fuerte resistencia por parte de diversas comunidades originarias establecidas en la zona. Damos por sentado que los habitantes de aquellas tierras se sintieron legítimamente amenazados por la extraña “visita” de los “exploradores” europeos, quienes a su vez jamás imaginaron que los pobladores de esas selvas tropicales, así como en casi todo el Caribe, gran parte de Norteamérica y el centro sur de lo que hoy son Chile y Argentina, eran o son pueblos (naciones) originarios con una marcada y descentralizada autodeterminación, ajena al modelo de gobierno propio de los imperios andinos y mesoamericanos.
Orellana junto a su séquito, al ver tanto hombres como mujeres plantando tan feroz resistencia, asoció el carácter de estas aguerridas mujeres al mito griego de las amazonas. En pocos años, ya se le había apodado “Amazonas” al más caudaloso río del mundo, en sus más de siete mil kilómetros de recorrido desde su nacimiento en las vertientes orientales de los Andes peruanos hasta su desembocadura en las costas brasileras del océano Atlántico. Desde entonces, asociamos al Amazonas con sus límites hidrográficos, sin percatarnos que la selva tropical conforma un continuum forestal sin barreras, mucho más extenso y que, de norte a sur, recorre desde Venezuela hasta la Argentina, incluyendo otras gigantescas cuencas, como la del Orinoco (Colombia y Venezuela) y tantos otros ríos en las “Guyanas”, al norte y, en el extremo sur, el Paraná y todos los efluentes que drenan hacia el Mar del Plata, por lo que no sólo se trata de el “Amazonas”. Entonces, cuando Bolsonaro se defendía de las acusaciones e indicaba que él no había tocado el Amazonas, se trataba de una postura bastante y absurdamente cercana a la verdad, porque gran parte de los incendios y desmontes en esa década se dieron en enormes extensiones pertenecientes no a la cuenca del Amazonas, sino del Paraná, en zonas del sur del Brasil y espacios limítrofes de éste con Perú, Bolivia, Argentina y Paraguay, incluyendo espacios al interno de las fronteras de estos últimos. ¿Es el gobierno de Bolsonaro responsable del enorme ecocidio que allí se generó?, en buena parte sí, porque años más tarde se demostró que todo fue parte del gigantesco proyecto bioceánico que busca conectar a Brasil (frente Atlántico) con China (frente Pacifico).
Enormes carreteras, vías férreas, gasoductos, oleoductos y un tráfico de maquinarias y transporte pesado están a punto de ser inaugurados y entrar en actividades desde el oriente brasilero, pasando por miles de kilómetros de lo recientemente fueron sabanas boscosas, pantanales y otras zonas bajas llenas de vida, para luego salvar la cordillera hasta llegar a enormes puertos peruanos en las costas pacíficas, cuyo recorrido a lo ancho de Suramérica, implicará un gigantesco intercambio comercial entre estos colosos BRICS[14]. Para conectar ambos extremos del continente en toda su anchura, había que intervenir y deforestar ingentes masas forestales que estaban allí “atravesadas”. Otra vez la noción occidental de progreso y crecimiento comercial deja de lado la sustentabilidad futura de la frágil Gran Amazonía o Panamazonía con toda su biodiversidad, fuentes de agua, preciosas culturas originarias y, muy importante, la capacidad de estabilizar las corrientes atmosféricas del Atlántico antes de llegar estas a Norteamérica y Europa.
Europa jamás había visto a lo interno de sus fronteras tanta cantidad e intensidad de tormentas huracanadas como las vividas desde el inicio de la tercera década de este siglo XXI, y es un “fenómeno” que apenas estamos comenzando a comprender en su nocivo impacto sobre la industria, el turismo, la agricultura y la economía en general de las naciones europeas. Lo interesante para la política de este continente y a pesar del acento que tiene el tema ambiental en las agendas nacionales e internacionales, es que pocos líderes discuten sobre el posible origen de estas extremas alteraciones climáticas. La ambigua semántica occidental sigue achacando la culpa al cambio climático, como si el termómetro fuese el culpable de las altas temperaturas, por ejemplo. El juego de la palabra y la filosofía política que se oculta tras éste, continúan ralentizando el despertar en la conciencia colectiva y los urgentes cambios que se requieren para revertir el problema.
La destrucción de las selvas tropicales africanas y especialmente suramericanas, está cambiando el clima en el entorno atlántico más rápido de lo que pueden comprender nuestras actuales generaciones. A la selva le agradecemos su exuberante biodiversidad, la generación de oxígeno, la fijación de CO2, la protección de considerables caudales de agua dulce, entre otros atributos o “funciones” que nos enseñan en la escuela. Sin embargo, poco nos cuentan de la enorme transpiración de estas masas boscosas y la capacidad que tiene la Amazonía para verter a la atmosfera más de veinte millardos de toneladas métricas de vapor de agua por año. Esta agua fresca y en estado gaseoso incorporada a la atmósfera, es la responsable de refrescar y apaciguar las corrientes de vientos que recorren todo el Atlántico de sur a norte, bordeando Suramérica, parte del Caribe, Norteamérica hasta que, finalmente, llegan a Europa luego de cruzar de oeste a este el Atlántico norte, con toda la estabilidad o inestabilidad que la gran selva amazónica pudo permitir[15].
Un problema de linealidad científica
La ciencia normativa continúa indicándonos la forma por la cuan actualizaremos la ciencia misma. La dialéctica que explica la evolución de las relaciones sociales de producción o, dicho del otro lado de los marcos teóricos contemporáneos, el estructural funcionalismo que justifica los roles casi inamovibles en la estructura social responde a las mismas fuerzas que explican la manera en cómo son avalados los avances científicos del último siglo. Nos referimos a la linealidad con la cual corregimos los errores en nuestros procesos productivos, de aprendizaje y de interacción política y social en general.
El ejemplo más común y eventualmente patético, es que la mayoría de nuestras tesis y trabajos de grado en las universidades del mundo, no responden a propuestas disruptivas, sino al alargamiento del conocimiento de una investigación anterior. Los investigadores, profesores y tutores universitarios, en la mayoría de los casos, rechazamos asesorar o aprobar una propuesta de tesis de aquellos estudiantes que no hayan basado su investigación en un estudio previo o en un marco teórico suficientemente conocido. Muchos de los reglamentos que rigen la presentación de trabajos de grado así lo expresan, a pesar que exigimos “justificar la pertinencia e importancia actual y la innovación” del proyecto presentado por el aspirante al grado o postgrado universitario.
Alargar los límites del conocimiento de este modo, llevará a la ciencia a ahogarse en sus propios métodos científicos y portará igualmente al planeta Tierra a la autodestrucción, debido a la lentitud con la cual promovemos los necesarios cambios. Alvin Toffler, sin ser un pensador de izquierda y sin combatir el capitalismo, advirtió todo esto desde 1970 en sus cuatro principales libros[16] y muchos no han prestado suficiente atención a la forma por la cual se han dado los patrones de cambio. La humanidad aun no es consciente de la manera en la que se han transformado los mecanismos conducentes a las transiciones, sean estas políticas, económicas, sociales, científicas o culturales, y esto es parte central del problema.
Pensadores de izquierda, como el filósofo brasilero Darcy Ribeiro[17], nos advirtió que las transiciones sociales no responden a la lucha de clases ni según quién detente los factores de producción, como lo sugería Karl Marx[18]. Ribeiro sostuvo que las transiciones responden a saltos tecnológicos, lo cual tienen mucho sentido si se analizan los grandes momentos históricos con el empleo de una observación científica menos lineal. Para ello hay que romper con los esquemas que condicionan el encauzamiento de la inventiva y la eclosión de las soluciones, como lo hizo, por ejemplo, Elon Musk. Este empresario desafió a la NASA cuando sostuvo que, de seguir los métodos de esta, el desarrollo de naves aeroespaciales tripuladas que aterrizasen de modo vertical llevaría al menos cuarenta años de investigaciones. Musk, con el empleo de métodos contraintuitivos y disruptivos, lo logró en una mínima fracción de tiempo.
Cronómetro, cronograma, cronología, entre otros, son términos que indudablemente nos llevan al dios griego del tiempo, Cronos, hermano de los dioses del Olimpo y, a su vez, hijo de Urano y de Gaia. De allí viene nuestra obsesión por controlar el tiempo, al menos monitorear nuestro desempeño en torno a este. Pero ¿si comprendiésemos que existe otro dios griego del tiempo y que éste nos pudiese sacar un poco de la linealidad? Kairós, por su parte, es el dios griego del tiempo en cuanto a la oportunidad, es el hijo menor de Zeus, a su vez, sobrino y nieto de Cronos, lo cual nos habla de un salto generacional, aunque también de una forma más contraintuitiva de ver los sucesos. Entonces ¿qué sucedería si la ciencia pasa a ser menos cuantitativa (Cronos) y más cualitativa (Kairós)?
La mitología nos cuenta que Kairós desafió a Cronos rechazando su tiranía, luego de lo cual se convierte en el amo del orden cósmico que se originó. ¿Acaso esto no se relaciona con la cosmogonía del pueblo Maya del “no tiempo”? A la ciencia contemporánea le cuesta comprender que los ciclos de la naturaleza no son lineales y que son interdependientes e interdimensionales. Tal vez los podamos observar a través del tiempo, mas no dependen de este, sino de los factores y elementos de la misma naturaleza y del cosmos, todo lo cual nos lleva a la ciencia contraintuitiva de nuestros pueblos y comunidades indígenas.
La respuesta está en los pueblos originarios
La no linealidad que comprenden y viven los pueblos originarios de la Amazonía y de muchas otras partes del mundo, escapa a la concepción de bloques de poder entre izquierdas y derechas, oriente versus occidente o es ajena a quienes presionen entre grupos antagónicos para detentar los factores de producción (lucha de clases). Poco o nada de esto mueve el estilo de vida al interno de una comunidad indígena, al menos en las decenas de ellas en las que he vivido[19]. Por eso hablamos de algo muy alejado a la linealidad occidental y sus formas científicas, normativas y semánticas de dominación.
Esta misma linealidad, ajena a los ritmos de la naturaleza, eventualmente es displicente en el sentido de ver con la “compasión del emperador” a las “sociedades primitivas”. Casi sin excepción, los marcos teóricos y político ideológicos contemporáneos se refieren en cualidad de “primitivos”, “aislados de toda civilización” y conformantes de “estructuras sociales simples”, a quienes en realidad sostienen la vida en el planeta Tierra. Sin estos “seres primitivos” las selvas del mundo entero ya se hubiesen acabado, fuesen todas extensos complejos mineros, pastizales, plantaciones de palma aceitera o inmensos lagos con presas hidroeléctricas, sin comprender que el agua no nace linealmente en la misma cuenca hidrográfica que buscan represar, sino a miles de kilómetros a la redonda en ese continuum de bosques biodiversos que mencionamos en apartados anteriores y que coopera entre cuencas con sus “lluvias horizontales”.
Llevo décadas recomendando a líderes políticos, directores de empresas y a profesores universitarios, pasar algunas temporadas cada año en retiradas comunidades indígenas. No se trata sólo de esparcimiento y de una importante terapia para bien de la salud física y mental es, además, una excelente oportunidad para vivir y comprender de primera mano el profundo y complejo conocimiento sobre la organización familiar y social en general, la concepción de la producción en función de la capacidad que tienen los ecosistemas para reponer los recursos extraídos del entorno natural y de cómo podemos cooperar con el medio para acelerar dichos procesos de restauración natural de estos espacios. Este es el mejor y más vivo ejemplo de sustentabilidad.
El concepto de “bosque”, por citar otro ejemplo, es muy distinto entre ambas concepciones. Para muchos ingenieros y técnicos forestales, así como para diversos funcionarios adscritos a ministerios con competencia en la materia, basta una cierta cantidad de biomasa forestal sobre una superficie dada, en la mayoría de los casos medida en hectáreas, sin valorar con minuciosidad la diversidad vegetativa necesaria para dinamizar ese ecosistema; es por ello que vemos en Europa la política pública del nocivo monocultivo forestal[20]; nuevamente apreciamos el convencionalismo de Cronos sobre Kairós. En este caso, para nuestros pueblos originarios es inconcebible hablar de cantidad sin hablar de calidad, es decir, una cuenca hidrográfica altamente funcional, que sea capaz de minimizar los extremos de los embates climáticos, debe contar con una masa forestal nativa altamente biodiversa; es una de las más importantes maneras de evitar las grandes inundaciones en las zonas bajas en momentos de altas precipitaciones, a la vez de regular y conservar la presencia de caudales en los momentos de sequía. ¿Por qué nuestros funcionarios no comprenden esta simpleza?, tal vez porque jamás han vivido en entornos naturales y menos aún indígenas, o porque nuestra ciencia normativa menosprecia las enseñanzas de estos pueblos. Aprender a observar la naturaleza no sólo es para ecologistas o activistas ambientales. Todo ciudadano, especialmente quienes tiendan a estudiar la correlación entre hechos y fenómenos sociales, políticos y económicos, debería aprender de la cooperación entre los elementos y actores de cualquier ecosistema; así lo recomendaron decenas de antiguos filósofos que estudiamos en nuestras carreras universitarias. Llegamos a un punto de la discusión que amerita resaltar la cooperación (co-operación) por encima de la competencia, esto es, en términos de científicos y naturalistas de la modernidad, atender algunas de las lecciones sugeridas por el francés Jean-Baptiste de Lamarck en vez de aquellas derivadas del inglés Charles Darwin. En otras palabras, la evolución, el fortalecimiento y la sobrevivencia de ciertas especies y poblaciones, depende más de la cooperación que de la competencia[21], pero así no lo ve la ciencia normativa dominante.
La usanza occidental de competición y competitividad, conquista de espacios y territorios, sometimiento y dominio, deliberación, toma de decisiones y justicia, es tan distinta a los modos de interacción que se viven en las apartadas comunidades indígenas, que muchas veces cuesta comprender que la humildad y la prosperidad puedan ir de la mano con la ancestral concepción de bienestar de estos pueblos, donde la cooperación entre “especies similares” y “especies antagónicas” y entre estas y el medio, es fundamental para la supervivencia, la armonía e, incluso, para el progreso en todas sus formas.
El divorcio entre ambas concepciones lo vemos también en las formas parlamentarias de deliberar y tomar decisiones; hemos perdido la noción del origen de la “cámara alta” o el Senado y su estrecha relación en esencia con el Consejo de Ancianos presente en muchos de nuestros pueblos originarios. Antes de la Roma republicana, incluso mucho antes de Grecia, antiguas tablillas mesopotámicas con escritura cuneiforme nos narran la existencia de algunos aún más antiguos modos parlamentarios bicamerales en los que existía una cámara baja compuesta por representantes más jóvenes e incorporados activamente a ciertos sectores dinámicos de la sociedad, como la agricultura, la artesanía, el comercio, la construcción, entre tantos otros que debatían para proponer acciones de corto y mediano plazo para beneficio de las comunidades o sectores que representaban.
Por su parte, existía también una suerte de cámara alta compuesta por setenta ancianos considerados sabios debido a su dilatada experiencia en diversos ámbitos. Sus deliberaciones eran más reflexivas y sosegadas, también emitían opiniones vinculantes sobre los temas tratados en las cámaras más jóvenes, pues la experiencia les permitía tomar decisiones más estratégicas que asegurasen que las acciones de corto plazo no vulnerasen la estabilidad de mediano y largo plazo en el alcance geográfico sobre los que tenían algún tipo de injerencia. Sin necesidad de un recurso hermenéutico, podemos decir con toda seguridad que eso aún existe en nuestros pueblos originarios, donde muchas de sus comunidades toman en consideración (vinculante) las opiniones que el Consejo de Ancianos (máxima autoridad asamblearia) emite sobre ciertas propuestas de acciones a ser acometidas por caciques y capitanes (estructura político-administrativa). He visto, incluso, que el mencionado Consejo de Ancianos ha incidido sobre las decisiones de chamanes y curanderos y sus respectivos protectores (estructura mágico-religiosa).
Hemos hecho un recorrido por dos ámbitos muy distintos, eventualmente contrapuestos en cuanto a la sustentabilidad de su paso por nuestro planeta. Uno de los senderos nos ha brindado algunos ejemplos de insustentabilidad social y ambiental, se refiere a lo que hemos hecho con la ciencia y las normas en función de intervenir, conquistar, dominar y modelar la naturaleza y el comportamiento humano para nuestro beneficio, sin importar los impactos negativos que puedan volcarse en detrimento de la vida sobre el planeta, incluyendo la nuestra como especie “predominante”. En contraste, hemos visto algunos pocos casos que pudiesen evidenciar y sugerir la conveniencia de mirar con más respeto e intención de aprendizaje, el ejemplo de vida, de organización y de relación con el entorno que nos brindan nuestros pueblos originarios o pueblos indígenas.
Si la ciencia normativa y las ideologías político partidistas imperantes en occidente comprendiesen que existe otro mundo más antiguo, más sustentable y con mejores respuestas frente a la emergencia climática y, si al mismo tiempo la terca y lineal postura imperante asumiese con una decidida y contraintuitiva sensibilidad estas respuestas que los pueblos originarios nos muestran con el ejemplo, pudiésemos revertir buena parte de los factores que desencadenan la actual emergencia climática, al menos aquellos eventos de origen antrópico. Estoy seguro del cambio planetario que podemos promover volviendo la mirada a nuestra verdadera naturaleza humana.
Dr. Samuel Scarpato Mejuto
Elaborado en Turín, Italia, en septiembre 2023.
Presentado en Barcelona, España, en octubre 2023.
Notas
[01] Como “nuevas tecnologías”, hacemos referencia a aquellas propias de la informática y la telemática, incluyendo la carrera espacial y la industria armamentista, que precisan nuevas materias primas con las cuales confeccionar superconductores. Décadas atrás denominaban “tierras raras” a los yacimientos de minerales estratégicos que pasaron a ser usados en estas nuevas tecnologías (cobalto, coltán, cadmio, entre otros).
[03] Diversos ámbitos sociopolíticos y culturales han condicionado nuestro desempeño en sociedad, son diversos sectores, más o menos interdependientes que, en conjunto, ejercen presión y dominio social, sean estos la religión, la educación, la ciencia, los parlamentos y la ley, los medios de comunicación, las grandes empresas, entre otros, según el tiempo y el espacio en el que existieron o coexistieron.
[04] La corporativización es la agregación de la participación social y política (canalización agregada) a través de formas de representación, sean estas, cooperativas, asociaciones, gremios, sindicatos, federaciones, confederaciones y partidos políticos, cuyas formas o agregaciones de primer, segundo y tercer grado varían en cada cultura y país.
[05] En muchos países, antes de la existencia de los ministerios del ambiente, funcionaban departamentos o secretarias de recursos naturales, cuyo propósito se inclinaba más al aseguramiento de las condiciones ambientales para que no fallase la agricultura y, eventualmente, la proveeduría de agua para las ciudades; en la mayoría de los casos, estos departamentos dependían de los ministerios de agricultura.
[06] El nombre oficial de esta primera “cumbre del ambiente” de 1972 fue Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Humano, convocada por los órganos de las Naciones Unidas dedicados a Salud, el Trabajo y la Agricultura, luego de lo cual nació el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
[07] Leer la nota 27 (de 54) del documento oficial original: http://www.un-documents.net/our-common-future.pdf
[08] Las COP son acuerdos entre las partes (por sus siglas en inglés) con el objetivo de verificar, controlar y disminuir las emisiones de gases efecto invernadero, principalmente el CO2, atendiendo las recomendaciones el Panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático (IPCC, en inglés). Fue una iniciativa derivada de una de las comisiones orgánicas de la Cumbre de Río (Río de Janeiro, 1992), entrando en vigor en 1994 con 196 Estados miembros + la UE.
[09] El Protocolo de Kioto de 1997 entró en vigor en 2005, suscrito o aprobado hasta ahora por 192 partes. En el sitio oficial de los correspondientes órganos se puede dar lectura del documento y algunos de sus avances: Spanish fact sheet the Kyoto Protocol (unfccc.int)
[10] La Taxonomía europea de actividades consideradas inversión ambiental se expone en el Reglamento (UE) 2020/852 de junio de ese año. Allí se exponen al menos 11 grupos de actividades con desagregaciones alfanuméricas particulares por las cuales se establece la posibilidad de invertir en actividades no ambientales a fines de derivar los aportes de responsabilidad social y sostenibilidad a actividades que legalmente permiten a las empresas obtener beneficios fiscales (deducciones y detracciones) con la correspondiente obtención del certificado de inversión o aporte.
[11] Idem a la Nota 08.
[12] El profesor e investigador adscrito a la Universidad de Estocolmo, Johan Rockström, propuso en 2009 una interesante teoría denominada “Límites planetarios”, donde sugiere que nuestro planeta Tierra tiene al menos nueve límites que no deberíamos cruzar, varios de los cuales ya hemos superado o estamos por superar, entre ellos: acidificación de los océanos, ciclo del nitrógeno y del fosforo, uso del agua, deforestación y cambios en el uso del suelo. Casi una treintena de científicos han colaborado con el doctor Rockström, algunos pertenecientes a la Australian National University.
[13] En el capítulo “Los tardíos análisis de impacto” (pp.42-47) de mi libro “Cantos de tierra y vida” (2022, ISBN 9798370865800), planteo la urgente necesidad de hacer estudios o evaluaciones de impacto ambiental con aun mayor anticipación, sobre ideas de proyecto, planes de gobierno y propuestas de leyes, y no solamente sobre proyectos de obras civiles, como comúnmente se hace en la gran mayoría de nuestros países. De esta forma, nos podríamos anticipar todavía más a la detección de los posibles impactos ambientales y socioculturales de las acciones antrópicas.
[14] BRICS es un bloque comercial, tecnológico y geopolítico creado en 2010 (cuyas discusiones para su creación se realizaron en toda la primera década del actual siglo), compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica (originalmente no incluida a este último país), que contará con la incorporación en 2024 de otro grupo de naciones.
[15] En el capítulo “Europa muere en la Amazonía” de mi libro “Cantos de tierra y vida” (2022), explico la correlación entre la destrucción de la selva amazónica, la desestabilización de las corrientes atmosféricas del Atlántico medio y norte y, finalmente, la llegada cada vez más frecuentes de tormentas huracanadas a Europa.
[16] Alvin Toffler (1928-2016) es un sociólogo, escritor y visionario estadounidense, cuyos principales libros han ayudado a comprender muchos sucesos actuales décadas antes de que estos se dieran. Sus principales obras son: El schock del futuro (1970), La tercera ola (1980), El cambio del poder (1990), La revolución de la riqueza (2006).
[17] El antropólogo, sociólogo e historiador brasilero Darcy Ribeiro (1922-1997) fue un destacado filósofo y político adscrito al Partido de los Trabajadores (PT) que, aun siendo de izquierda, sustentó el origen de las transiciones sociales de una manera diferente a la sugerida por Marx, en cuanto a sus causas.
[18] Sobre el filósofo teórico alemán Karl Marx (1818-1883), existen abundantes textos y documentos publicados que explican su postura sobre la lucha de clases. En el caso de este modesto ensayo y disertación, nos inclinamos más por las posturas de Ribeiro.
[19] En mi libro “Cantos de tierra y vida” narro diversos pasajes que dan cuenta de treinta años de voluntariado en campos y selvas.
[20] Distintos países de Europa, como Italia y España han sostenido por más de 400 años la política de sustitución de bosques nativos altamente biodiversos por monocultivos forestales de pinares. Para más de 10 generaciones (en algunas zonas más de 20 generaciones), lo normal es ver las montañas cubiertas de pinos, siendo el caso más extraño la presencia de monocultivos forestales dentro de los parques nacionales (un verdadero contrasentido).
[21] Los naturalistas Lamark (Francia, 1744-1829) y Darwin (Inglaterra, 1809-1882) tienen tantos aspectos en común como encontrados. Entre estos últimos tenemos que la teoría darwinista ha sido sustento de la “adaptación al cambio climático”, por ejemplo. Según esto, si el medio es el que nos condiciona y es la competencia la que nos hace más aptos, entonces modelemos la naturaleza hasta que esta nos obedezca o bien usemos máscaras que filtren el aire impuro, en vez de contaminar menos; con toda razón, importantes sectores de la ciencia y el empresariado hacen planes para colonizar otros planetas en vez de preservar el que ya tenemos. La visión de Lamark era muy distinta, sosteniendo que es la relación entre los hechos, las poblaciones y el medio, lo que condiciona la evolución; hablamos de cooperación en vez de competencia.