¿Venezuela produce más que Suiza? Imagina que estuviésemos bien

  • Imagen tomada de las publicaciones Instagram de los diarios “El impulso” (Barquisimeto) y “El Nacional” (Caracas), en marzo 2023

Me cuesta pensar en una Venezuela arreglada, pero sí visualizo un país trabajado desde su base, en el que su nación no dependa de líderes ni gobernantes. Veo un país que sigue siendo el principal productor y exportador mundial de café, que jamás fue superado por Brasil en 1919, sino que siguió fortaleciendo su agricultura a pesar de los ingentes ingresos petroleros que comenzaron a desbalancear e intoxicar el aparato productivo nacional a inicios del siglo XX.

Me ilusiono con un país que, luego de 1935, no volvió a entregarse al militarismo ni a la sombra de su amenaza sobre el quehacer nacional. Una Venezuela en la que la democracia no traicionaría a la misma democracia, por lo que ese noviembre de 1948 nunca sucedió. Para ello, no se requirió en el último siglo que el sector militar compusiera entuertos sociales y democráticos, o sacara clavos torcidos, ni nos recordase la noción de rectitud y de libertad. Sé que es difícil imaginar una Venezuela sin militarismo.

¿Qué tan lejos estuvo la Venezuela distinta?

Pienso en esa enorme y concertada planificación nacional que apuntó al desarrollo desde la concepción táctica y estratégica de políticas públicas formuladas entre 1935 y 1945, luego de lo cual, la mayor parte de las obras ejecutadas en las subsiguientes seis décadas derivaron de esa fuente que planteó un país empujado con férreo voluntarismo en la década de 1950 y sobredimensionado populismo en las siguientes de 1960 y 1970.

Hoy veo tantas cosas en retrospectiva, contrastadas con las entrevistas que he hecho a viejos empresarios e industriales italianos que, en 1982, comenzaron a abandonar en desbandada a la próspera Venezuela que les abrió las puertas, para regresar de a poco y en modo conveniente a la península itálica. Algo vieron en la década anterior (1970) y algún quiebre en particular empujó sus barcas al sospechar, a inicios de ese año ’82, que la economía del bello país caribeño seguiría cayendo en picada en las siguientes décadas.

Tuvimos una ilusión de país, cuya burbuja de jabón nos explotó en la cara y no hemos dejado de empeorar las cosas en los más recientes 40 años, al intentar repararlas con efímeros parches y más parches que se alejan de ese centro articulado de políticas de desarrollo que fueron diseñadas sobre un consistente y bien entramado lienzo en blanco en aquella extraña y única década de 1940, les decía. ¿Qué nos pasó?, ¿por qué fuimos perdiendo la inteligencia política en todo este tiempo?

Uno de esos viejos industriales italianos, me llamó para hablar de una noticia en particular. Le dije que no suelo revisar la prensa venezolana, por razones de salud física y mental. “Espérate, quiero hacerte ver que Venezuela se recuperará justamente por la base de su aparato productivo real (no rentístico), me refiero a la agricultura y el enorme efecto multiplicador que traería al resto de los sectores de la economía”. Su experiencia en este sector básico de toda economía hizo “clic” con mi principal línea de investigación doctoral, por lo cual sostuvimos algunas nutridas y entusiastas conversaciones.

Un nudo que mantuvo a raya el progreso de las regiones

Me dijo que Venezuela no iniciará y menos todavía consolidará su recuperación, mientras no salgamos de la egoísta y vanidosa ilusión caraqueña. Sus palabras me dejaron helado por la consistencia de los argumentos que pasamos a discutir. “El campo es real, los agricultores son reales, al igual que los productos agrícolas y todos los circuitos que se activan en torno al ámbito alimentario, industrial, turístico, entre otros”, sin embargo, “la vanidad caraqueña que históricamente ha querido ensombrecer y marcar ritmo a todo un país, no es real, y el mejor ejemplo son sus juergas (fiestas), sus políticos, sus voces engoladas, sus discursos y sus consejos siempre alejados de la realidad que vive el restante 95% del país”.

“¿Te has dado cuenta que ese efímero y vanidoso 5% del país, desde siempre ha hecho burla del gentilicio del grueso nacional, a pesar que este último es, paradójicamente, el que le da de comer y sostiene la economía?”. En ese momento, sus palabras me incomodaron y en parte me enojaron por el golpe de realidad con la cual me estaban sacudiendo. “¿Dónde reside la fortaleza de la economía italiana?”, “en este país, donde nos encontramos, ninguna región depende de Roma, al contrario, la economía del país es sostenida y movida por el intrincado tejido micro, meso y macro empresarial que hace vida en las regiones y la prosperidad de estas es, repito, independiente de Roma”.

Por segundos, sentí desconfianza hacia algunos de mis familiares y amigos caraqueños que muchas veces me dieron “lecciones de vida” a la vez de recitar con tono altivo “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra”. Con razón repudio cada vez que un caraqueño o cualquier político venezolano llama “interior” al gigantesco resto del país, como si Caracas se localizase en el exterior. Ahora comprendo a cuál egoísta y vanidosa ilusión caraqueña se refería mi nuevo y anciano amigo italiano. No hay solución ni reparación posible para Venezuela, si partimos desde la visión caraqueña, improductiva devoradora de presupuestos nacionales.

El mesianismo, los líderes populistas y los embaucadores de oficio, siempre comprendieron que tomando Caracas y su enajenada e irreal burbuja de cristal, podían extender un manto de hechizo o encantamiento sobre el resto del país, como si fuese la magia por la cual se demostrase que “Venezuela funciona” o se vendiese “la Venezuela que se arregló”. Queda claro que nos separamos de la España colonialista sin deslastrarnos del sistema de tributación y administración centralizada que se maneja a discreción desde tan ilusoria y vampiresca burbuja que, por cierto, en buena parte dependió del militarismo para detentar el poder.

Volviendo al sendero del desarrollo local

Ahora, imagina que Venezuela efectivamente se está arreglando sobre la base del trabajo tesonero de sus agricultores y que es verdad que producimos más toneladas de queso que Suiza y más que casi treinta naciones en el continente americano (en Latinoamérica sólo superada por Argentina). Imagina también que estamos enraizando el PIB local y dinamizando centenares de lazos socioeconómicos en las regiones. Así, el agroturismo y el ecoturismo consiguen el mejor aliado y la agroindustria comienza a engranar y a moverse con pies propios, me refiero a la autogestión local en muchas de sus materias primas.

De pronto, la agricultura, el turismo y la pequeña industria, se dan cuenta que pueden autoabastecerse energéticamente con sus propias fuentes limpias y sostenibles de energía, sean eólicas o solares. Todos estos sectores, en conjunto, promoviendo intensos y concertados programas de responsabilidad social, comienzan a incidir sobre las escuelas locales, llenan los pueblos de pequeñas salas de cine y teatro, de bibliotecas y salas de navegación. Todas las fincas y granjas se convierten en creativos centros de experimentación científica a favor de mejorar cada día sus productos, donde el turismo y el voluntariado internacional se dan la mano para consolidar y multiplicar la experiencia creativa de miles de modestos “clusters” y “hubs” donde se formaliza e intercambia el conocimiento. Ya a este punto la curva de aprendizaje es indetenible.

Justo en ese momento, los ciudadanos de las grandes urbes dejan de creer en los políticos y pasan a apoyar por completo el desarrollo local, cuyo mejor ejemplo está en los campos. El despertar se hace irrefrenable y los circuitos de servicios y provisiones en las ciudades, que estuvieron atrofiados por años, inician a funcionar sin bemoles ni interrupciones. La gente inicia a comprender que el agua, la comida, la electricidad, muchas de sus medicinas y el aire puro, no nacen en la ciudad, casi todo esto viene del campo y al campo y sus pobladores hay que agradecerles esa fuente de vida y de reactivación económica. De esta manera, comenzó a mejorar el empleo, la diversificación en la oferta y con ello la sana competencia y, sin la intervención de ningún embaucador de oficio, la inflación comenzó a descender de forma sostenida.

Esta no sólo es la visión de la Venezuela que amo es, además, la fotografía de muchas naciones que salieron de la guerra y de cuadros hiperinflacionarios. Es exactamente el relato que he conseguido en decenas de entrevistas que he hecho en el campo italiano y tantas menos realizadas en la campaña francesa. No son milagros, aunque sí hay que ponerle un poco de fe y mucha voluntad, empezando siempre por comprender por dónde comienzan a arreglarse las cosas. No olvides que esta reparación jamás parte por quienes te llamen “provincia” o “interior”, sino por quien dé las gracias a quienes son y existen en el campo que da vida a todo un país. Tenlo siempre presente.