En pocos años, los venezolanos pasamos a ponderar la inseguridad y la criminalidad como el principal problema que nos aqueja, ya no era el bajo poder adquisitivo que golpeó nuestros hogares de manera cada vez más fuerte desde 1983 hasta 2003.
Por décadas y, sin excepción alguna, achacamos la causa de todos nuestros problemas a la clase gobernante, jamás la culpa es (ni fue) de la formación de hogar ni del comportamiento ciudadano. Así pensamos los venezolanos. Lo escuchamos de nuestros abuelos, padres, de nosotros mismos y ahora de nuestros hijos.
“Ven que te contaré lo que hice hoy por mi país”, o “fíjate lo que hice ayer por la plaza de mi ciudad, o por mi comunidad”, no son precisamente los temas de conversación que tenemos en una reunión promedio de la familia y de las amistades venezolanas. Es y ha sido así por décadas, antes de Chávez, durante Chávez y después de Chávez, tomando como referencia el paso del liderazgo que irrumpió para bien de algunos y para mal de otros en la escena política, social, económica y cultural de Venezuela.
A todas estas, aparte de las consideraciones anteriores, se nos olvida lo siguiente:
- La violencia y la criminalidad nunca dejaron de crecer en las últimas cinco décadas, rompiendo entre 1990 y 1992 el promedio latinoamericano, para pasar a estar en lo sucesivo por encima de dicho promedio y cada vez peor.
- La clase gobernante de al menos el último siglo y medio, y más, no sólo rige las políticas de gobierno sino las políticas de Estado, maneja a su antojo el presupuesto nacional y dispone de los ingentes recursos de la nación como si estuviesen autorizados para ello.
- La clase y castas que han estado fuera de la estructura de gobierno, siempre han denunciado la exclusión pero, una vez tomado el poder, otra casta pasa a ser la denunciante; todo pareciese indicar que no hemos dejado los gobiernos tipo caudillos y el manejo del Estado a discreción por medio del caudillismo.
Tal vez agregamos;
- Poco más del veinte por ciento (20%) de la población venezolana está conformada por desplazados colombianos y, una cantidad mucho mayor, por las familias que han germinado fraternalmente entre ellos y todos nosotros. Cerca de la mitad de la población venezolana tiene al menos un miembro colombiano o ascendente directo. Ningún otro país del continente tiene tan enorme proporción poblacional producto del desplazamiento de un pueblo o nación vecina originado por la intolerancia y el terror.
Al parecer, la intolerancia y el terror también prosperaron en Venezuela, ya sea por razones propias o intrínsecas a la manera en que llevamos las cosas.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con las muertes políticas y las muertes de todos?, veámoslo desde la óptica de la intolerancia de origen, la intolerancia política y desde el ensueño de la amplia disposición de los recursos de una nación para mantener la sensación de bienestar social y eficiente gestión de gobierno.
Todo tiene que ver. Ningún punto está exento de incidir sobre la intolerancia política y en la criminalidad que vivimos en Venezuela. No es sano hacer análisis sesgados, tampoco defender a priori ningún gobierno en este caso.
Más allá de la intolerancia racial y religiosa, el tipo de intolerancia que vivimos en América Latina está más asociada a castas cercanas al control político (indistintamente de su raza o credo), para disponer de la centralizada e inmensamente desproporcionada estructura administrativa heredada de la colonia. Quien gobierne tiene el control de los recursos, por eso es importante llegar al poder. Lo demás es un disfraz de interminables discursos de inclusión social, acompañados de programas sociales en áreas importantes, los cuales son sostenibles al corto plazo pero insustentables al largo plazo.
No obstante, valga clarificar ciertas estadísticas. Si bien la criminalidad de calle en Venezuela se ha llevado a chavistas y anti chavistas a la tumba, también es cierto que la criminalidad política se ha llevado mayor cantidad de líderes políticos chavistas a la tumba, y muy menor proporción de líderes antichavistas. Alcaldes, gobernadores, activadores sociales, diputados, asesores, hijos de los anteriores, escoltas, líderes campesinos y sindicales, la proporción está cerca de cuatro a uno. ¿Son rencillas entre ellos mismos o son las castas que perdieron el poder las que buscan arrancar la conexión popular de los liderazgos emergentes para evitar la hegemonía de la actual clase gobernante, tal como sucede a lo interno de la política colombiana, mexicana u hondureña?, este último punto no lo discutiremos, sigamos con el hilo anterior.
El principio de equilibrio dentro de la teoría y doctrina administrativa, sugiere muchas formas de crear mecanismos de compensación para que las estructuras y las gestiones funcionen más o menos bien, lo contrario sería un desequilibrio. Por ejemplo, para que una estructura altamente jerarquizada y disciplinada funcione, tal como las estructuras militares y muchos partidos políticos, junto con las estructuras de gobierno que se tejen en torno a estos, debe existir un control del funcionamiento interno por medio de una fuerte disciplina y autoridad, a veces impositiva y asociando la lealtad al premio o castigo, de lo contrario será difícil de controlar.
Si a esto agregamos el asunto de las castas segregadas, mas no de la co-gobernabilidad (gobernanza) o co-gestión, el problema se complica un poco más, como lo demuestra la historia latinoamericana. Colombia es el ejemplo más patente del cercenamiento de caminos para la asunción de los espacios de poder más locales, departamentales y eventualmente nacionales, por parte de las fuerzas no alineadas con los tradicionales partidos de gobierno.
Otra forma de explicar el principio de equilibrio, cuenta que no deben existir libertades ciudadanas sin un considerable control (a veces exagerado) del comportamiento de dichos ciudadanos, nos lo demuestran Chile y los EE.UU., entre otros ejemplos. Por el contrario, en Venezuela existen libertades por doquier (aunque muchos no lo crean), pero luego no existe o no se aplica el control del comportamiento ciudadano (al menos como se hace férreamente en Chile o en los EE.UU.). En nuestro país muchas veces se hacen invivibles algunas experiencias de manejo en pequeños condominios o urbanismos, hasta el tránsito por las carreteras y el uso de los espacios públicos, aparte de otra larga lista de casos más o menos cotidianos.
En la tierra de Bolívar fueron permitidas las protestas hasta el extremo de trancar fábricas, importantes arterias viales y centros de salud. El derecho a la protesta y a la huelga, está consagrado en la Constitución Nacional. Marchas y otras manifestaciones públicas, en su mayoría pro gobierno, acabaron con la movilidad urbana y han paralizado millones de horas productivas para la economía nacional. Últimamente, muchas protestas vienen del lado contrario y ahora el gobierno ha descubierto que sí molestan y perturban. La oposición descubrió la calle y el asunto pierde perspectiva favorable al gobierno nacional; el derecho al libre tránsito y que la gente pueda llegar a sus centros de salud sí importa y enfurece a algunos sectores de gobierno.
El desequilibrio no es bueno, venga de donde venga. Deben existir válvulas de escape en la participación política de oposición y en la toma de decisiones trascendentales. Cuando los líderes de gobierno actuales y sus mentores estuvieron fuera de las instancias de poder, hace dos y más décadas, no se permitía el avance de la izquierda (como en la Colombia de los últimos setenta años), se perseguían, torturaban y desaparecían importantes líderes de la juventud inconforme, rebelde e irreverente (como se hizo en todo el continente). En Venezuela se inaugura la política de los desaparecidos a la llegada de la década de 1960, luego se riega al subcontinente en la subsiguiente década. Este tipo de violencia, la exclusión política, fue germen para los movimientos insurgentes y otras tantas expresiones de ausencia institucionalizada de válvulas de escape a la participación política de oposición en la deliberación y toma de decisiones.
Otra muestra de desequilibrio, es la falta de separación de los poderes públicos y de control fiscal por parte de factores pluralmente de oposición. El manejo presupuestario a discreción no sólo es una de las expresiones más desequilibrantes para la política nacional sino, también, es palanca y caldo de cultivo para la violencia desde la perspectiva de la exclusión y la corrupción.
Hablar de manejo presupuestario público en Venezuela, desde su planificación hasta su ejecución, es hablar del manejo de más del ochenta por ciento de los recursos de todo el país. El PIB nacional y el PIB sectorizado, mayormente es manejado por el Estado, sus órganos y sus empresas (públicas). En esta enorme y compleja estructura, no hay válvulas de escape a la participación política de oposición, menos aún al manejo de una porción de este conglomerado por parte de dicho sector político.
Los extremos escapan al equilibrio. El manejo a discreción de los recursos y de las decisiones políticas que en siglos atrás hacían las monarquías, iglesias y señores feudales, hoy se pone en práctica en el mundo de manera desequilibrada por parte del Estado y del sector empresarial privado. El equilibrio difícilmente se aprecia en alguna de las treinta y seis naciones latinoamericanas. En Venezuela, es extremo o excéntrico dicho manejo y esto es otro tipo de violencia.
Otro de los puntos desequilibrantes, es el asunto de los derechos humanos en los procesos judiciales y penales venezolanos. En nuestro país debes aprehender y apresar a un delincuente con mano blanda, no con mano dura; si lo haces con mano dura te demandan y es el funcionario o agente de seguridad pública quien termina preso. Sin embargo todos nos quejamos de la delincuencia, pero no queremos funcionarios que inspiren respeto, queremos más bien funcionarios amigos y que nos dejen pasar todas las faltas o infracciones. Esta contradicción es profundamente desequilibrante pero, como dije al inicio, la culpa siempre la hemos achacado al gobierno, jamás de la ciudadanía ni de la formación de hogar; así pensamos los venezolanos.
Finalmente, tal vez lo más desequilibrante. Las muertes de personajes famosos o más conocidos por la opinión pública, saltan a la palestra pública nacional de manera más eficiente, o pareciesen doler más (…). En lo particular, me apenó la muerte del joven diputado afecto al gobierno nacional, Robert Serra, por cuanto duele la muerte de cualquier venezolano. Sin embargo, las muertes violentas en Venezuela, no bajan de doscientas a trescientas por semana. Los que hemos perdido familiares cercanos por la razón que sea, hasta por falta de insumos médicos en el momento oportuno, también nos sentimos en desequilibrio y violentados.
Todas las muertes violentas, así suene retórico, son expresiones de desequilibrio y violencia estructural. El asesinato de un joven líder, sea para robarlo o por asuntos políticos, es gravísimo y totalmente repudiable. Pero es tan grave como la criminalidad que se extendió hasta acostumbrarnos por décadas a que un joven lo apuñalen para robarle un par de zapatos (trovadores y rockeros venezolanos ya lo denunciaban en sus canciones en la década de 1990), hasta llegar a la fecha de hoy y tener que acostumbrarnos a los asesinatos por encargo o sicariatos cada vez más numerosos.
Son doscientas, trescientas y más muertes violentas por semana en toda Venezuela; no se trata del asesinato de la actriz Mónica Spears, momento político ideal para que la oposición venezolana posicionara en medios nacionales y extranjeros tan grave tema (criminalidad general en Venezuela). Tampoco se trata del asesinato del líder Robert Serra, momento político ideal para que el gobierno nacional pusiera en la palestra pública nacional e internacional tan grave tema (criminalidad política en Venezuela), ni la muerte de otros personajes famosos, todos duelen, y muchísimo. Cuando la violencia llega tan lejos (¿o tan cerca?) ya no hay mucho que hacer, ¿o sí?
Considero que debemos volcar la atención urgente a los factores desequilibrantes, generadores de esta suerte de descontrol que vivimos en Venezuela. Unos factores vienen de siglos ante pasados, otros de décadas pasadas y otros más propios del actual gobierno, pero nadie escucha, todos estamos entrampados en criticarnos muy duro entre nosotros, no queremos hacer ciudadanía ni cambiar la realidad del micro entorno que nos rodea. Nos sentimos mejor cada vez que dedicamos horas y horas en las redes sociales y en las reuniones familiares a criticar sin construcción alguna, así nos comportamos.
Piensa global, actúa local, nos decía Krishnamurti, y lo traigo a colación para tratar de explicarles que la solución está en los pasos más pequeños y simples de nuestras vidas, tal vez menos en las mesiánicas expectativas que nos infunden tirios y troyanos en sus demagógicos discursos seguidos de insustentabilidad política en la praxis.
La responsabilidad de solucionar los problemas vuelve a recaer en nosotros mismos y la ejerceremos a través del poder de cambiar nuestra realidad, sea como electores conscientes o como motores de cambio en nuestro entorno más inmediato. Los problemas no llegaron solos, eventualmente fuimos permisivos en las acciones más cotidianas y dejamos que se desbordaran las cosas.
Algún día y ojalá más pronto que tarde, cerraremos el pernicioso ciclo del caudillismo en Venezuela y de las alianzas o adherencias automáticas para con líderes carismáticos a quienes endosamos todo nuestro porvenir, pero también cerraremos el paso a la crítica destructiva como la alienante trampa que nos hace evadir la responsabilidad de asumir nuestros pequeños cambios.
En consecuencia, nuestras pequeñas acciones constructivas, incluso ante el injustificable desbordamiento de la violencia en Venezuela, desencadenarán enormes cambios globales. Pero para eso hay que revertir los desequilibrios existentes, comenzando precisamente por la exclusión que afecta nuestras familias en las pequeñas conversaciones de casa.
Es muy difícil pedir apoyo a todos cuando la desconfianza, desesperanza y muchas veces el odio embarga nuestros corazones; todos hemos sido víctimas de algún tipo de violencia en nuestra amada Venezuela. Medítenlo bien, no podemos lograr el cambio sin esos pequeños y previos pasos, por favor no dejes de darlos.
@samscarpato
Código: 02-2014-0101
Para citar este escrito:
SCARPATO, Samuel. (2014). De las muertes políticas y de todas las muertes, un breve análisis atípico de lo que sucede en Venezuela y otros lares. Primera publicación en fecha 04-Oct-2014 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 28-Dic-2015. Consultado en fecha Día-Mes-Año. Disponible: https://samscarpato.com/de-las-muertes-politicas-y-de-todas-las-muertes/