May-2013 / Código 03-2013-1028

Haré una breve contextualización del problema, desde la óptica de lo que hemos hecho, hacemos y debemos hacer los ecologistas para al menos abordar el problema de una manera sinceramente alternativa, es decir, a partir de la innovación y la verdadera revolución para ver si así podemos no esconder el problema, sino desnudarlo, comprenderlo y solucionarlo. Permítanme una reflexión personal.

1. Del romanticismo necesario a la acción necesaria, primer paso

En 1992-1993, un grupo de ambientalistas nos hacíamos una serie de preguntas, ¿qué estamos haciendo los ecologistas para acelerar el ritmo de las soluciones?, ¿por qué la destrucción de la Amazonía avanza 4 hectáreas por minuto (hoy la destrucción avanza a casi 20 has/min) y la recuperación que promovemos y logramos los ecologistas no llega ni al 1% de ese cruel ritmo?, ¿estamos montados los ecologistas en investigar y generar soluciones al problema, o sólo nos limitamos a criticar, denunciar y combatir?

Ciertamente, los ecologistas éramos (somos) mayormente grupos de choque, arriesgados denunciantes que muchísimas veces dependemos de la información de otras fuentes para poder avanzar. ¡Había que hacer algo distinto!

Para entonces, el Frente Ecológico Regional del Estado Lara, llevaba al menos un lustro haciendo importantes trabajos de concientización y de lucha frontal contra los depredadores del ambiente. Tal vez su mayor legado fue la promoción, presión pública y logro concreto de la creación de la figura de protección “Parque Nacional Dinira”, finalmente decretado en mayo 1989, así como la propuesta de protección integral del corredor biológico que une dos importantes parques nacionales en zonas boscosas en el extremo norte de la cordillera de los Andes (para entonces llamábamos “Proyecto Quizúidi”).

Yo era un apasionado jovencito excursionista que desde 1987-1988 escalaba insistentemente distintas montañas de Venezuela, ayudábamos a limpiar parques y senderos, incluyendo el páramo larense, donde nace a casi 3.700 metros de altitud, el único río andino venezolano que conserva el nombre desde que nace hasta que desemboca en el mar Caribe, el río Tocuyo. Desde allí quedé prendado de la buena labor de estos compañeros del Frente Ecológico de Lara y pasé a trabajar con ellos buenas temporadas.

Poco tiempo había pasado desde el extraño accidente que se llevó la vida del cantor del pueblo Alí Primera, y parte de la izquierda aún enardecía queriendo que no se terminara de apagar la guerrilla en Venezuela, porque los partidos y los gobiernos no daban respuestas, cada vez más entreguistas. Las apartadas montañas eran el lugar indicado para conocer tanta gente y conversar tantas cosas, incluyendo criticar el manejo internacional concertado que se daba al comercio de los alimentos, entre otros temas políticos pero jamás partidistas.

A mediados de junio 1992, horas luego de mi cumpleaños, fallecía mi hermano Roberto Venturini, una de las pocas personas con quien para entonces compartía libros, revistas, dibujos y escritos de propuestas locas para desarrollos tecnológicos limpios. Hacíamos centenares de dibujos de paletas de aerogeneradores y otros prototipos sacados de sueños y extrañas conversaciones. Ese sería un punto crucial que quedaría en “standby”, pero no por mucho tiempo, para dedicarme a todo este lío.

En septiembre 1993, Leobardo Acurero y mi persona salíamos del Frente Ecológico Regional para fundar, ese mismo mes, el Centro de Investigación e Información Ecológica -CINECO-, que funcionaba en la casa de mi madre. Allí le presenté a Francisco -Paco- Lledó y Víktor Nesterovski, quienes nos acompañarían en el acta fundacional para trabajar en una nueva propuesta de no repetir información sino de crear información liberadora y útil para el movimiento ambientalista.

Casi de inmediato nos montamos en profusos y agotadores reportajes por todo el país. Temas como el impacto de los plaguicidas (organoclorados, organofosforados y carbamatos) sobre el cáncer de mamas, el cáncer de próstata, infertilidad y malformaciones congénitas, pasaron a la palestra pública y muchísima gente desempolvaba viejas denuncias de Jorge Salas (antiguo investigador del FONAIAP, hoy INIA) que estaban en el mismo tenor.

El movimiento ambientalista ya no sólo lanzaba piedras, ahora creaba y replicaba información científica para alertar a muchísima gente sobre la agricultura contaminante. Pero otros temas también eran bandera de nuestros reportajes: como dije (1) El problema de uso de los plaguicidas en la agricultura tradicional, (2) La desaparición acelerada de los bosques nublados en las medianas y altas montañas, como uno de los principales causantes de la disminución de la disponibilidad de suministro de agua para los pueblos y ciudades, (3) Desaparición acelerada de la selva amazónica, su biodiversidad y milenarias culturas, en manos de la irracional minería, ganadería y complejos hidroeléctricos, allí se hacía énfasis en los contraproducentes “planes de desarrollo” y de “integración” con Brasil y su impacto sobre la desaparición de millares de kilómetros cuadrados de selvas vírgenes.

También trabajábamos alertando sobre (4) La expansión de urbanismos sobre valles y suelos fértiles, el retroceso de la agricultura ancestral y de subsistencia, devastada para construir miles de casas y edificios que no sólo comprometían los suelos más fértiles, sino presionaban incontroladamente sobre importantes acuíferos, (5) Vaticinábamos que el problema de la escasez y el racionamiento del agua ya no iba a ser propio de algunas pocas barriadas y urbanizaciones de entonces, sino que llegaría a ser (hoy día ya lo es) un problema generalizado en este y muchos países por la ocupación y uso irracional de zonas agrícolas y de reservas naturales, había que montarse en (6) Propuestas de nuevas áreas naturales protegidas, con carácter geoestratégico y de alta urgencia.

2. De la acción necesaria a la búsqueda más asertiva

Ya no sólo denunciábamos con emoción, sino además con razón. Pero ahora faltaba trabajar sobre la innovación tecnológica que marcara la diferencia y pudiese alcanzar y sobre pasar el cruel ritmo de la destrucción, para que los ecologistas no sólo arriesgásemos nuestras vidas, sino que valiese la pena hacerlo al trabajar en propuestas útiles y realmente alternativas ante el dramático problema del hambre en el mundo, avance de la desertización (no desertificación) asociada a la escasez de agua y el mal uso de los suelos.

Honestamente, ya no quería seguir lanzando piedras, quería dedicarme a lo que más me apasionaba, la investigación científica pero para acercarme algún día a las soluciones realmente más sustentables.

Me retumbaba en la conciencia las palabras de un viejo asesor, el Dr. Luis David Morantes (profesor de Ecología humana y de Antropología médica en la facultad de medicina de la UCLA Barquisimeto), quien en 1992-1993 me insistía que para abordar el problema era preciso trabajar en la organización de los productores agrícolas y de su producción consciente, y nada mejor que hacerlo a través del cooperativismo.

Otro consejero que muy a tiempo llegó fue el Dr. Ramón Pugh, antropólogo y ecólogo que en 1994-1995 me advertía dos cosas claras: (1) concéntrate a investigar en desarrollo sustentable y en la sustentabilidad de todas las propuestas que generes, y (2) termina tus estudios, deja de estar dando tumbos, mira que sin credenciales mínimas no te prestarán mucha atención.

Mi último reportaje con los compañeros Leobardo Acurero, Francisco Lledó y Viktor Nesterovski, fue a inicios de 1995, en los bosques nublados del corredor biológico que media entre los parques nacionales Yacambú y Terepaima, donde estuve frente a una enorme asamblea de productores rurales, cercanos a la población andina de Río Claro. Por mi parte reclamaba la intervención y deterioro de los bosques nublados de la zona a causa de la agricultura depredadora, pero los productores insistían en que no son enemigos de los ecologistas, más aún esperan una orientación clara y concreta para seguir cultivando la tierra sin dañarla, incluso, con mejores rendimientos porque “ustedes los ecologistas promueven técnicas de bajos rendimientos y no les importa que nosotros los productores produzcamos poco y nuestras familias nunca avancen”.

Esas palabras para mí fueron lapidarias. En menos de cinco minutos todo dio vueltas en mi vida, me sentí abofeteado y realmente avergonzado como ecologista; decidí dar un vuelco inmediato. Me dedicaría por completo a investigar para generar soluciones, ya no más lanzar piedras.

Dejé así las armas de la crítica y las cambié por la investigación científica, les dije hasta pronto a mis compañeros de CINECO (se mudaron de la casa de mi madre a la casa de la madre de Leobardo) y emprendí un extraño y largo vuelo hacia la búsqueda de respuestas en los campos, las comunidades indígenas y en alianzas con investigadores aterrizados, lejos de las academias y del entreguismo comercial. Pasé a investigar desde la universidad donde estaba por terminar mi primera carrera.

Para mediados del mismo año 1995, un hada que el universo mandó un tiempo antes para poner orden a mis estudios, la profesora Concetta Esposito, tuvo la osada idea mandarme al extranjero para que yo expusiese un sencillo trabajo de investigación que desarrollé por esos días, referido al desarrollo sustentable y a los problemas de seguridad nacional que se generarían en nuestros países por las prácticas agrícolas realmente insustentables. Ni yo mismo entendía bien lo que investigaba, pero sabía que pronto llegaría a ver la luz al final del túnel.

La biotecnología hizo su explosión pública en toda la década de 1990 y los ecologistas nada que lo advertían, incluso algunas carteleras (no existían los muros de facebook) de las paredes en las sedes de los grupos ambientalistas y en algunos boletines de estos, exhibían desarrollos en biotecnología como si se tratase de una iniciativa de respeto al ambiente. La ignorancia nos ha acompañado por muchos años, y eso es grave.

Ya estaba seguro por entonces que, sin la organización de base y la cooperación e integración de productores y de la producción rural, se haría imposible fortalecer un movimiento agro y eco consciente de los cambios que se debían hacer, así como se haría también difícil lograr esos cambios sin la fuerza de la unión y la integración.

También había cierta claridad con la idea por la cual estábamos trabajando mal la agricultura, tanto la agricultura comercial a gran escala, como la agricultura orgánica a pequeña escala, dos caras de la misma moneda, es decir, agricultura “productiva” pero totalmente insana versus agricultura “sana” pero improductiva. Debíamos dar con la respuesta más asertiva.

A inicios del segundo semestre de 1995, algún compañero del diplomado que hacíamos en Gerencia de Cooperativas y Empresas Agropecuarias (Instituto de Estudios Cooperativos de la Coordinación de Extensión y Cooperativismo del DAC-UCLA), me invitó a una asamblea de la Asociación de Cooperativas de Caficultores de Venezuela -FECCAVEN-, para que viese la manera particularmente autogestionaria en que se manejaba esta gente. Ciertamente era distinta la manera como estos compañeros se manejaban, pero allí el universo me presentó otra ventana a otro mundo posible.

Allí hice inmediata amistad e inseparable compañía de investigación, con un amable anarquista, desarrollador de la tecnología BROTE (Bios Reforma para Orientar la Tecnología hacia la Ecología), me refiero a mi hermano Antonio Ibarra Zavarce. El rompecabezas en la investigación científica casi se había completado; finalmente conocí una tecnología que permite cultivos sanos pero altamente productivos o rendidores.

Aquí me detengo para abocarme por completo al tema de los transgénicos.

3. De la ignorancia y el miedo a la dependencia de los transgénicos

Ecologistas y agrotécnicos, todos entrampados en la cultura de los transgénicos, unos los promueven y otros le lanzan piedras, pero casi ninguno se sale de la trampa para solucionar el problema. Sin embargo, antes de hablar de la solución digamos ¿qué es o en qué consiste solucionar el problema?

Dar la espalda al problema no es la solución. Decir que son la peor barbaridad del planeta y denunciarlo a diario pero sin solucionarlo, nos lleva a una dependencia aún más grave porque ocasionará que los grandes laboratorios y trasnacionales que investigan en el tema se mimeticen a favor de la opinión pública, como siempre bien sabe mimetizarse el gran capital.

La solución es fácil pero culturalmente compleja. Hay que resetear el chip de la ciencia agronómica, tan igual que la insustentable visión de los ecologistas. Ambas visiones (aparentemente contrapuestas) son insustentables. La primera, por la destrucción acelerada de la vida y las fuentes de vida en el planeta y, la segunda, por olvidarse que en el planeta ya hay casi ocho mil millones de personas y una cantidad mayor de animales que demandan alimentos de manera igualmente creciente.

Si todos optásemos por la agricultura orgánica de bajos rendimientos y los gobiernos nos hiciesen caso a los ecologistas, habría que destruir todos los bosques y selvas para dedicarlos a cultivar gigantescas extensiones de tierra para poder compensar los ineficientes rendimientos promedio que logramos con la agricultura orgánica. Pero tampoco se trata de producir más, sino de producir mejor.

Volvamos río arriba por el laberinto científico en que nos han metido los darwinistas hasta llegar a lo que hoy son los transgénicos. Respecto del legado de Charles Darwin, hagamos uso de la hermenéutica y concentrémonos en la crítica a un solo punto en la actualidad: nos dicen los darwinistas y los defensores de los transgénicos, “si el medio es hostil (plagas, enfermedades, sequías) transformemos las semillas hasta lograr cultivos más resistentes a las adversidades”. Este aberrante postulado es la esencia de la lógica de los grandes laboratorios pero, desde su limitado punto de vista, “tienen razón”.

Ahora bien, ¿qué pasa si nos salimos del laberinto darwinista y en vez de variar las plantas para adaptarlas al medio “hostil”, logramos más bien a través de la cooperación con ellas (las plantas), que sean ellas mismas (sin manipularlas genéticamente) las que no atraigan plagas y logren cosechas más rendidoras?, ¿será esto posible sin manipularlas genéticamente?, ¿podríamos burlar entonces a los transgénicos?

No sólo es posible y viable independizarnos de los transgénicos, sino que resulta mucho más sustentable para la vida en el planeta. Pero, insisto, el problema es cultural, no tecnológico, por tanto la resistencia al cambio está en la mente de los agrotécnicos y de los ecologistas, caras contrapuestas que sin quererlo se dan la mano en mantener vivos los transgénicos y los estragos que estos causan en el mundo.

El genoma de las plantas es más complejo que el genoma humano. La exhortación no es a manipular este genoma, sino a conocerlo a fondo para lograr comprender cómo podemos cooperar con las plantas para lograr lo que queremos: cosechas más sanas pero también más rendidoras. ¿será esto posible?, ¿es posible lograr que las plantas (1) no atraigan plagas, y a la vez (2) obtener de ellas grandes cosechas pero (3) con semilla criolla o nativa?, la respuesta es sí, por supuesto que sí.

Hemos visto, experimentado y probado, en más de treinta rubros por más de veinticinco años de investigaciones libres, que es fácil revertir la “hostilidad” del medio y restaurar los suelos más estériles hasta lograr máxima fertilidad para que en ellos puedan desarrollarse cultivos que trataremos con formulaciones nutritivas (más de ciento cuarenta y cinco) que hemos producido según las especificidades de cada rubro y de cada fase de desarrollo del cultivo. La clave es sencilla: (1) innovar en el manejo del suelo antes de incorporar los cultivos, y (2) comprender los requerimientos súper específicos que tienen las plantas durante su desarrollo (más de 40 esencias organominerales).

Se ha demostrado que las plantas caen fácilmente en trofobiosis (cuando el alimento hace daño) y en iatrogenia (cuando el medicamento hace daño) y, en ese contexto,  sus hormonas son alteradas y sólo así atraen plagas. Contrariamente, cuando sus hormonas están en equilibrio, sus defensas están altas y las plantas se defienden solas contra plagas y enfermedades, por vía de sus mecanismos naturales. Incluso hemos presenciado cultivos que sencillamente no atraen plagas.

Lo más asombroso es que hemos logrado altos, altísimos, rendimientos en cosechas sin el uso de semilla transgénica. Hemos visto rendimientos de maíz que superan las 17 toneladas por hectárea/ciclo con el uso de semilla nativa; más de 40 ton/ha/ciclo en papas; más de 100 quintales/ha/año de café; más de 7 ton/ha en el ciclo de la soja; más de 90 ton/ha en medio ciclo de tomates, entre tantos otros rubros, y ¡todo esto con semilla nativa!

Pero lo más insólito no es que esto sea o no posible, por cuanto ya está comprobado. Lo más increíble y absurdo es que los agrotécnicos, las oficinas de gobierno y asombrosamente los ecologistas, son los escépticos que se resisten a comprender que deben resetear sus cerebros y dar un verdadero vuelco a la manera de cómo abordan este problema mundial del cual todos nos quejamos pero tristemente pocos nos dedicamos a trabajar en las soluciones más creativas y sustentables para la masificación de lo aquí planteado.

Nos hemos puesto a la orden para que el equipo central de investigadores se traslade a dar las conferencias y talleres que sean precisos, pero las burocracias del mundo entero creo que están más interesadas en hacer bulla respecto de su preocupación, que en ocuparse realmente en patrocinar o al menos comprender los postulados innovadores que pueden resolver el problema en un plazo muy razonable.

Seguimos a la orden e interesados en construir, ya no en lanzar piedras y hablar tonterías. Creo que el planeta no esperará mucho más por las soluciones. Si estuviera a tu alcance, ayúdanos a promover la solución.

@samscarpato

Código: 03-2013-1028

Para citar este escrito:

SCARPATO, Samuel. (2015). Transgénicos: de la lucha contra Monsanto a la comprensión de las soluciones. Primera publicación en fecha 26-May-2013 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 23-Dic-2016. Consultado en fecha (día)-(mes)-(año). Disponible: https://samscarpato.com/transgenicos-de-la-lucha-contra-monsanto-a-la-comprension-de-las-soluciones/