Mientras tirios y troyanos se enganchan a discutir, profesor subversivo imparte clases en pleno paro y alerta sobre el peligro de no serlo.
Mientras tirios y troyanos se enganchan a discutir, profesor subversivo imparte clases en pleno paro docente y alerta sobre el peligro de no hacerlo.

Inicio este escrito aclarando a mis amigos chavistas que doy clases no por ellos, ni para lucirme ante el gobierno nacional, tampoco por la ideología que los representa. Lo hago porque desde mi adolescencia me he inclinado hacia este oficio y porque tengo la convicción por la cual una sociedad debe dirimir sus diferencias internas en todos los escenarios posibles, pero ninguno mejor que la universidad en pleno funcionamiento. Aclarado eso, prosigamos el escrito.

Me siento subversivo dentro de la universidad, y esta impresión no ha cambiado en mí en más de dos décadas. No me es permitido promover la innovación, es decir, incentivar descubrir y desarrollar lo desconocido. Debo repetir lo establecido en los programas y en los textos aprobados institucionalmente. Teníamos que hacer implosión algún día, y ese día llegó.

Hablar de innovar en el método de enseñanza o de reflexión mutua es también subversivo. No ha habido semestre o año en el que mis coordinadores o algún colega de cierta jerarquía administrativa no me haga algún llamado de atención, eventualmente lo dicen jugando, pero lo dicen.

He llevado a mis estudiantes a comunidades indígenas, plazas, auditorios y a las montañas. Hemos enfrentado nuestros miedos, así como llevado la creatividad al límite. Hemos contrastado autores y teorías, pero también hemos generado nuevos y raros conceptos.

Siempre supe que malos estudiantes rara vez llegan a ser buenos profesores, y actualmente estamos pagando las consecuencias de una universidad que eventualmente llena de malos funcionarios a la sociedad toda, por lo que esta cadena debe ser corregida. Pero hablar de esto, es decir, recordarle a algunos de mis colegas que están mal formados, es crearse enemigos con cierta frecuencia.

Han sido muchos escritos he publicado en distintos medios los últimos años y todos al parecer redundan. La crisis universitaria no es más que los reflejos de la inercia que asemeja el movimiento de un enorme buque a través del océano, pero no significa que el buque ha estado en adecuado y eficiente funcionamiento en los últimos treinta años. Hablamos entonces de una crisis anunciada.

Los docentes universitarios no lo veíamos. Ganábamos diez a catorce sueldos mínimos por mes, no había manera de percibir la realidad por cuanto la brecha que nos separaba de los mortales no lo permitía. Sucedió que por anacrónicas y deficientes políticas de gobierno, en la actualidad ganamos entre uno y dos sueldos mínimos, apenas superado con incrementos desencadenado por la presión profesoral.

Esta legítima presión profesoral eventualmente excedió los límites de la huelga convencional y se convirtió en una tendencia de años con más períodos de paro y menos de clases a su vez accidentadas. Aclaro que “paro” en Venezuela no significa desempleo sino huelga de brazos caídos, congelamiento de actividades como medida de protesta, sin renunciar con ello al sueldo que nos depositan quincena tras quincena, aparte de los bonos y primas que igualmente siempre llegan a nuestra cuenta bancaria.

Cuando estudiante tenía mucha electricidad en el cuerpo y en la mente, y algo de eso aún queda. Ayudé a crear asignaturas, grupos organizados, nuevos espacios, denuncié profesores piratas y traté de ser buen estudiante. Siempre sentí la educación como práctica de la libertad, tal como me lo transmitían de adolescente los escritos de Paulo Freire, entre otros autores. Por eso es que no puedo comprender el paro, por más que estoy de acuerdo con que es legítimo exigir restituyan mis derechos infringidos toda vez que se desmejoró considerablemente la calidad de vida del profesor e investigador universitario.

Las autoridades de mi universidad me convocaron a iniciar clases el día 2 de noviembre 2015, sin embargo, todo indica que fui el único profesor en presentarse a impartir clases, al menos en mi facultad o decanato. Me siento corresponsable del atraso país en la medida que no convide a mis estudiantes a propiciar los cambios, comenzando a su vez por el mío propio. Es una cadena que alguien tenía que iniciar y, al parecer, quien lo hizo esta vez fue este servidor, a riesgo de quedar como subverso y poco aliado de mi gremio.

Espero me comprendan todos. Estoy obstinado de tirios y troyanos, de los que han llevado este conflicto al partidismo político, de los que no se atreven a hacerle críticas al gobierno y de los que no ven nada bueno en el país.

Decir que todo está mal y matar las esperanzas, es insultar a los jóvenes estudiantes que son nuestro relevo y eventual salvación, es como preparar una sana comida deseando que nos caiga mal. No es su culpa pero, al parecer, si es su responsabilidad tomar la vanguardia del cambio y hacer la diferencia al dar un paso al frente a favor de una protesta más efectiva: prepararnos mejor y trabajar más, pero también formular duras críticas y esenciales propuestas desde nuestra respectiva área de especialidad.

Poco o nada de eso lo hacemos con la universidad paralizada. Invito a mis colegas profesores a sumarse a esta reacción y sacudirnos la inercia de un buque sin rumbo. Atrevámonos a innovar hasta en la manera de protestar. Por el país, por nuestras familias y por las mejores vibras en el universo entero, se los pido de todo corazón.

¡Ánimo pues!, a trabajar y a contagiarnos de un mejor nuevo mundo posible.

@samscarpato

Código: 09-2015-7011

Para citar este escrito:

SCARPATO, Samuel. (2015). Es subversivo impartir clases en pleno paro docente. Primera publicación en fecha 05-Nov-2015 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 21-May-2016. Consultado en fecha (día)-(mes)-(año). Disponible: https://samscarpato.com/subversivo-impartir-clases-pleno-paro-docente/