Revolución, Mercosur, transgénicos y Monsanto o de cómo entregamos la soberanía alimentaria

Quiero sustentar, ojalá convencer, cómo hemos sido presa de los mismos intereses trasnacionales que decimos combatir, peor aún, cómo hemos sentenciado la soberanía alimentaria a partir de toda una estrategia de integración regional (sur-sur), por la cual se cuelan leoninos convenios que no dejan opciones alternativas y nos condicionan al suicidio de optar por la agricultura transgénica en Venezuela y en muchos de nuestros países.

Estructuraré esta entrega de la siguiente manera: (1) Conceptos básicos que el idiota espabilado siempre busca rebatir, (2) Un poco de historia de los combates a los transgénicos y a los biocidas, (3) De cómo nos dejamos colar esta astuta estrategia, (4) De cómo los ecologistas hemos hecho el juego de permitir esta abominación en nuestras sociedades, y (4)Soluciones a este delicado tema.

(1) CONCEPTOS BÁSICOS QUE EL IDIOTA ESPABILADO SIEMPRE BUSCA REBATIR

No debe confundirse “seguridad alimentaria” con “soberanía alimentaria”, la primera se refiere a la capacidad de los estados de asegurar la cobertura y los mecanismos de distribución y disposición de alimentos para el uso y consumo de su respectiva población, mientras la soberanía alimentaria se refiere a la capacidad y voluntad de los Estados para fomentar en la población, instituciones y las en fuerzas productivas de ambos, el ejercicio de la producción alimentaria por razones o métodos propios. En otras palabras, mientras menos dependencia tecnológica, financiera y de inventarios extranjeros, mayor soberanía alimentaria. Entonces, mientras más “acuerdos de integración y cooperación”, especialmente en “transferencia de tecnología” (insisto, supuesta tecnología), más nos hundimos en la dependencia y nos alejamos de la soberanía.

Por otra parte, no deben juzgarse todos los aportes de la ciencia y tecnología para el desarrollo del agro; la manipulación genética de los organismos vivos es apenas una pequeña parte del desarrollo tecnológico, pero indudablemente es la columna vertebral y a su vez punta de lanza en el subsecuente mayor negocio: los biocidas (plaguicidas, fungicidas, herbicidas). Los transgénicos de por sí son monstruosos, pero el verdadero negocio es el mercado colateral que se abre a partir de la dependencia química de los cultivos a una infinidad de agentes que “casualmente” producen y comercializan las mismas corporaciones.

Hemos encontrado genes de ratón en el maíz, también hemos detectado genes de araña en la leche de vaca y eso, indudablemente, afecta la salud de quienes consumimos estos “alimentos”. Insultan la inteligencia cuando dicen “¿cómo el alimento va a afectar la genética de la persona que lo consume?”, pues la naturaleza nos trae miles de ejemplos, no para el idiota espabilado (que siempre defenderá los transgénicos y los biocidas o, al no comprender la situación, la minimizará como problema social), sino para los inteligentes lectores que siguen este mensaje, tomemos un ejemplo: las abejas nodriza alimentan, oxigenan y condicionan la temperatura de los huevecillos hasta generar abejas hembra o abejas macho (zánganos), hasta allí es fácil de comprender pero, ¿cuándo afecta la genética de quien consume el alimento?, dependiendo de si las pupas son alimentadas con miel o jalea real, el resultado es extraordinariamente diferente, abejas obreras o abejas reinas, con una morfología (fenotipo y genotipo) totalmente distinta; siendo hijas del mismo padre y de la misma madre, naciendo en el mismo hogar y proviniendo de huevecillos idénticos genéticamente, ¿cómo fue eso que cambiaron su conformación genética y apariencia luego de alimentarse con un alimento modificado -jalea real-?, ya dejemos de dar argumentos al idiota espabilado que igual no entenderá.

(2) UN POCO DE HISTORIA DE LOS COMBATES A LOS TRANSGÉNICOS Y A LOS BIOCIDAS

La mayor parte de los valles y zonas agrícolas del mundo sufren las calamidades del mayor negocio del mundo (mayor que el de la droga), el uso de plaguicidas y biocidas en general (sean carbamatos, organoclorados u organofosforados). Uno de los valles que más concentra producción de cebolla y otras hortalizas (pimentón y tomates) en Venezuela es el valle de Quíbor, al occidente de este país. Tantos casos de deformidades congénitas, niños sin labios, incluso nacidos sin cerebros, se hicieron común en la zona. A fines de la década de 1970 y durante la siguiente década, voces solitarias como la del Ing. Jorge Salas, para entonces investigador del FONAIAP (hoy INIA), sugería una correlación entre el uso de biocidas y las deformaciones genéticas de los pobladores del entorno.

A inicios de 1990, comenzamos a multiplicar las denuncias desde el Frente Ecológico Regional del Estado Lara, un poco más intensas en 1993-94 desde el Centro de Investigación e Información Ecológica que casi de manera subversiva funcionaba en casa de mi madre. Nos parecía insólito que en Venezuela y gran parte del mundo se desconociera y se negara esta realidad, incluso los más de avanzada sugerían paliativos como complementar las plantas de tratamiento de agua en las ciudades con una tercera fase de tratamiento para la potabilización (después de la decantación y la clorinación), correspondiente a las torres o columnas de carbón activado, única manera de adherir los organoclorados y retirarlos del agua potable; más insólito es que después de décadas no sólo aún no tenemos columnas de carbón activado en las plantas de tratamiento, sino que se ha multiplicado el uso de los biocidas y, peor aún, todavía se niega el efecto de los mismos sobre la salud, ¿qué vamos a esperar entonces para los transgénicos, si vienen siendo la fila oculta de la artillería pesada?

Si lo más evidente aún no lo hemos controlado en cincuenta años, ¿cómo vamos a hacer con los transgénicos si se presentan en la historia más reciente como los salvadores del hambre en el planeta, tal como lo hicieron con los plaguicidas hace cuarenta años y con los fertilizantes químicos hace más de medio siglo?

Apenas comenzaron a prestarnos atención cuando quisimos divulgar una investigación que se coló en una revista Newsweek de 1993-94, referida al impacto de la escorrentía de los plaguicidas sobre los pantanos que albergan cocodrilos en el estado de la Florida, EE.UU. Los investigadores descubrieron que estos plaguicidas no eran biodegradables sino liposolubes, generando problemas de fertilidad e impotencia sexual en la población de cocodrilos que venía mermándose a pesar de la prohibición de caza. Mucha gente en el mundo comenzó a enterarse que el agua que llega a sus casas y las hortalizas que consumen, están inundadas constitucionalmente por plaguicidas que no desaparecen al lavarlas sino que se adhieren a las grasas corporales cuando consumes el agua y los alimentos; genitales, mamas y cerebro, son los destinos preferidos de estos agentes químicos, por el tipo de grasa allí encontrada. De a poco, la gente se enteró que miles y millones de personas con cáncer de mamas y trastornos genéticos provenían de los plaguicidas que consumíamos (aún consumimos) por medio de los alimentos y del agua “potable”.

(3) DE CÓMO NOS DEJAMOS COLAR ESTA ASTUTA ESTRATEGIA

El orden mundial está amparado por el orden legal pero, lo más abominable, es que el orden legal e institucional está sustentado sobre el orden científico tecnológico; y esto va más allá de las revoluciones tecnológicas que explican las transiciones históricas según Darcy Ribeiro, o de la producción del conocimiento de vanguardia y el manejo de información, explicativos de una nueva ola o era humana, según Alvin Toffler. Se trata de dejar deliberadamente en el rezago de la ineficiencia a las agencias gubernamentales, quedando a merced de la “institucionalidad científica” para servir como tontos útiles (los gobiernos todos, incluso los que “combaten” el imperialismo). En este punto en específico no cabe culpar a las religiones, colores de piel ni lucha de clases (incluso esta última categoría marxista queda fuera del análisis porque, una vez que la clase proletaria se hace del poder, igualmente continúan bajo el dominio de la “institucionalidad científica”, cosa que no previó Karl Marx).

Hasta los estados burgueses (aquellos que se hicieron dueños de los medios de producción a través de sus “revoluciones” internas) no han podido salir de la trampa científica tecnológica de la dependencia a los biocidas y a los transgénicos.

Pero la mayor trampa fueron las alianzas de libre comercio; ¿cómo negarnos -Venezuela- a recibir productos argentinos, si estamos ensartados en Mercosur? Argentina es el mayor productor de transgénicos y, contrariamente al discurso anti imperialista, no ha hecho más que profundizar y patentar el suicidio de su población, la de América Latina y el mundo. De todas maneras no había escapatoria, porque peor hubiese sido con los EE.UU. o China, por eso digo que tras el orden mundial, que es el jurídico (acuerdos bilaterales de todo orden, nuestras cortes y parlamentos) están los soportes o argumentos de la ciencia concebida como santa palabra; esta es la nueva inquisición hecha institución en el planeta entero y prácticamente ninguna universidad del mundo se sale de este molde.

(4) DE CÓMO LOS ECOLOGISTAS HEMOS HECHO EL JUEGO DE PERMITIR ESTA ABOMINACIÓN EN NUESTRAS SOCIEDADES

Aún no he dicho lo más cruel del escrito, así que espero que mis correligionarios y compañeros “ambientalistas” se amarren el estómago para leer lo que sigue. Los mayores tontos útiles del imperio y de Monsanto hemos sido precisamente los “ambientalistas” y “ecologistas” de casi todo el mundo al amparar la agricultura escasa, baja en rendimientos, paupérrima para el agricultor que desea superarse, mandar sus hijos a la universidad o soñar algún día tener recursos para dignificar productivamente su hogar, es lo que le ha hecho (la agricultura de bajos rendimientos, así sea “sana”) el mejor juego a Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Dekalb, Basf, Bayer, Cargill, Pfizer, Bunge, Louis Dreyfus, entre otros.

Hemos sido sólo espectadores del cataclismo, sin siquiera desarrollar tecnologías verdaderamente alternativas. Si los sistemas agroecológicos aun atraen plagas, entonces no es una alternativa. Si los frutos y semillas no tienen la potencia nutritiva adecuada, no son una alternativa. La cómoda ilusión de criticar, denunciar y lanzar piedras nos ha tenido amarrados en la ignominia de la falta de soluciones que “compitan” y sustituyan definitivamente el modelo agrosuicida (del cual aun dependemos y cada vez más). Uno de cada cien ecologistas que he conocido en los últimos años se dedica a desarrollar respuestas efectivas para neutralizar y revertir esta verdadera catástrofe humana y ambiental. A veces ni siquiera uno de cien, entonces, ¿qué estamos haciendo?

(5) SOLUCIONES A ESTE DELICADO TEMA

Indudablemente hay que invertir más en investigación y desarrollo, pero también potenciar los grandes e innegables logros que por siglos tienen nuestros pueblos originarios y comunidades indígenas en cuanto al manejo integrado de cultivos. Desde los extremos estamos agravando el problema (universidades y ecologistas). Deben profundizarse no uno sino miles de frentes de investigación científica, algunos controlados por los gobiernos, universidades e incluso ecologistas pero, la mayor parte de las investigaciones, sugiero no estén bajo el control de quienes han distorsionado este tema por décadas.

Tecnólogos y cultores populares, campesinos con inquietud científica, colectivos de base, científicos inconformes, en fin, confío más en la lucidez de este último grupo que en los primeros mencionados. He conocido grupos de científicos independientes que han desarrollado tecnologías conducentes a sistemas agrícolas tan sanos como productivos, porque no se trata de ser un poco sano y un poco productivo, no. Se trata más bien de ser muy sanos y muy productivos, porque muchísima gente muere por envenenamiento, inadecuada nutrición (aun cuando sean alimentos hermosos) y peor aún, por escasez de alimentos. He visto cultivos con semilla nativa, en los que sus investigadores y productores, literalmente enseñaron a las plantas a no atraer plagas, además lograr altísimos rendimientos en toneladas por hectárea, pero estas investigaciones son ridiculizadas o execradas del sistema formal por no contar con certificaciones universitarias (¿y cómo contar con la certificación de quien insiste en el otro camino?). Recuerden, cerca de doscientos millones de personas en el mundo fallecen de hambre a los ojos de nosotros, los ecologistas, que parecemos más bien idiotas espabilados.

No puedo escribir de otra manera, mi verbo no puede ser complaciente y pusilánime, debo decir la verdad a costa de los idiotas espabilados e incluso de mis correligionarios hermanos ambientalistas, rezagados en la comodidad de la observación activa.

Sacúdete de una buena vez y date cuenta de cómo se mueven los hilos en los gobiernos de “izquierda” y en los gobiernos de “derecha”, que igualmente en la práctica permiten que la economía agroalimentaria aun la muevan los transgénicos y los plaguicidas, y quien lo contradiga no le llamaré idiota espabilado, pero si le brindaré argumentos y pruebas más contundentes de las que aquí escuetamente les escribo.

@samscarpato

Código: 04-2010-2018

Para citar este escrito:

SCARPATO, Samuel. (2015). Revolución, Mercosur, transgénicos y Monsanto o de cómo entregamos la soberanía alimentaria. Primera publicación en fecha 26-Oct-2012 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 23-Dic-2016. Consultado en fecha (día)-(mes)-(año). Disponible: https://samscarpato.com/revolucion-mercosur-transgenicos-y-monsanto-o-de-como-entregamos-la-soberania-alimentaria/