Reportajes / Abr-2016 / Código 03-2016-1044

“Suerte que tenemos registro de lo que avisábamos veinte y treinta años atrás, lástima que muchos no tengan memoria”, me decía un viejo ecologista, compañero de senderos, hoy postrado y olvidado en una cama, más por la frustración y la tristeza que por sus ochenta y siete años de edad.

Veinticinco años atrás dejaba el excursionismo a secas para dedicarme por completo al ecologismo o ambientalismo militante, nos íbamos por los campos y selvas levantando reportajes, canalizando denuncias y trabajando de la mano con comunidades rurales e indígenas. Fue un riesgoso tramo de nuestras vidas, para nada fácil; algunos compañeros desaparecidos y todos con la anciana angustia del bien colectivo a cuestas, haciendo mella de nuestra adolescencia y buena parte de nuestra juventud.

Algo hay que rescatar de esa experiencia y es lo que precisamente vengo a decirles, lo que nadie les dice del Guri y de la generación de energía hidroeléctrica en Venezuela.

En torno a aquellas fogatas, discutíamos por noches enteras la enorme situación de vulnerabilidad climática de Venezuela, en función de su dependencia para con el estado de conservación de la selva amazónica que detentan nueve países del subcontinente, especialmente nuestro voraz pero querido hermano, Brasil. Escuchábamos las palabras del Dr. Carlos Schubert (fallecido hace más de dos décadas), quien conocí por medio del ecologista Leobardo Antonio Acurero, por esos años era compañero de senderos (veníamos del Frente Ecológico Regional, y luego -1993- fundamos en casa de mi madre el Centro de Investigación e Información Ecológica – CINECO).

Para entonces, contrastamos en campo muchas investigaciones nacionales e internacionales, tal vez la más terrorífica o dantesca, era la evidenciada por el insigne Geólogo Carlos Schubert. Una de las últimas publicaciones de este investigador del IVIC y de otras tantas instituciones venezolanas, planteaba una controvertida y aterradora conjetura basada en las evidencias edafológicas: el norte de Suramérica (donde está hoy gran parte de Venezuela) era un desierto antes de la existencia de la selva tropical amazónica.

Schubert analizaba los suelos de nuestra Gran Sabana y otras porciones del sur venezolano, y cada vez se convencía más de que estamos sobre un enorme desierto de suelos pobres, arenas cuársicas, con una muy frágil vegetación encima (muy superficial) que dependía de la novedosa existencia de un gran motor climático: la selva amazónica. Esta selva tropical lluviosa tiene pocos miles de años allí (en términos geológicos es muy nueva). No hay materia orgánica en sus suelos, ni fósiles de mega fauna, tampoco fósiles de remotos y profusos bosques, nada, sólo rocas y arena. El radiocarbono ha permitido comprobar que la poca turba “fosilizada” encontrada en la zona no pasa de 8.000 años, lo que corrobora lo dicho por otros investigadores: algunas porciones de selva amazónica tienen entre 8.000 y 12.500 años de antigüedad, otras mucho menos. La selva amazónica es frágil y es nueva, apostada sobre un enorme desierto.

En los años ’90 del siglo XX, ya disponíamos de imágenes satelitales donde se estudiaba el patrón de vientos y el régimen de lluvias en Venezuela. Las masas de vientos que traen las lluvias sobre el territorio venezolano (de marzo a septiembre, con énfasis de mayo a agosto), los vientos alisios que corren desde el sureste hacia el noroeste, recogen (recogían) la evapotranspiración de la selva y traen (traían) toda esa humedad hacia el territorio venezolano. Entonces, a medida que se reduce la masa forestal amazónica, se reducen también las precipitaciones sobre Venezuela.

Cuando los vientos vienen del perfecto este o del noreste, nos traen agua que se evapora del océano Atlántico y del mar Caribe. Pero cuando los vientos vienen del sur-sureste y del sureste, deben recorrer ciertos corredores selváticos y traernos las inmensas masas de agua que la selva transpira. Por ejemplo, la hoy ocupada Guyana (territorio Esequibo venezolano, hoy en reclamación, para efectos de este escrito “Guyana”) preserva aún importantes corredores de selva tropical, al igual que el extremo sur de Venezuela (más hacia el estado Amazonas) y el extremo centro norte del Brasil; en otras palabras, cuando el patrón de vientos pasa por los corredores de vida, suficientemente poblados de densa selva tropical lluviosa, esas masas de vientos traen suficiente nubosidad para el centro y sur de Venezuela.

Pero, ¿qué sucede cuando los vientos pasan por corredores secos?

Si observan la imagen satelital anexa (de toma reciente), verán un corredor de vientos (aproximado) que pasa por zonas terriblemente deforestadas, devastadas, al suroeste de Guyana, al sureste de Venezuela y al norte de Brasil (en torno a Boa Vista); allí han acabado con toda la selva amazónica para dar paso a la minería y al cultivo de soja, pastizales y otros cultivos cerealeros para forraje (consumo animal) o para consumo humano. Los suelos son tan pobres (recuerden al Dr. Schubert) que en seguida sobrevienen las dunas, enormes regueras de arena sin vida.

Hemos insulado (insulación, fragmentación boscosa, creación de islas boscosas), luego sabanizado (convertidos los suelos en praderas y sabanas casi estériles) y finalmente desertizado o pérdida de la poca fertilidad que quedaba en los suelos de lo que fue hasta hace pocos años una masa continua de bosque tropical lluvioso o pluviselva.

Cuando los vientos pasan por esos corredores secos, llegan secos a Venezuela. No es el fenómeno de “El Niño”, es la intervención antrópica (humana) sobre tan frágiles ecosistemas. La avaricia y la ignorancia dieron paso a un proceso de ocupación espacial inmisericorde, sin evaluación (predictiva) del impacto ambiental que tendría; me refiero a la integración entre el norte de Brasil y el sur de Venezuela.

Hemos roto el ciclo de las lluvias porque hemos roto los corredores que permitían la “lluvia horizontal”, cuyas masas de agua no provienen mayormente de la evaporación de los mares y lagos como nos enseñaron en la escuela, sino de la evapotranspiración de la selva. La selva, literalmente, es la que genera y regula la mayor parte de las lluvias que caen sobre Venezuela, al menos casi la totalidad que cae sobre las cuencas de los ríos Paragua y Caroní, responsables de abastecer de agua al embalse del Guri, cuyas masas de agua a su vez mueven (movían) las turbinas que dan electricidad al setenta por ciento de la población venezolana y al noventa por ciento de la economía venezolana.

Por décadas, los ecologistas nos hemos opuesto al desarrollo del sur por razones de sobra. Desde el primer periodo constitucional del presidente Rafael Caldera, todos, absolutamente todos los gobiernos venezolanos, han buscado extender la explotación minera en el sur del territorio venezolano (más de la que ya había) junto con la integración vial y productiva con el Brasil. Basta ver los planes de desarrollo del sur o “Conquista del sur” (CODESUR) de finales de la década de 1960, para que tengamos idea de la ignominiosa visión de destrucción de la Amazonía venezolana como si ésta estuviese desarticulada del clima del resto del país.

En la última década y media, hemos ampliado y asfaltado la vialidad que interconecta la Gran Sabana y Santa Elena de Uairén, en Venezuela, con el norte de Brasil, con epicentro en Boa Vista. Aunado a ello el fenómeno del “bachaqueo” (fuga masiva o comercio ilegal de productos) por tan franca frontera, ha contribuido cuantiosamente con el afianzamiento social y económico de esta enorme porción norte de Brasil.

Si nos alarmábamos hace veinte años por saber que se deforestaban unas cuatro hectáreas por minuto de selvas, luego nos aterrorizábamos hace diez años porque la tasa de deforestación subió a once hectáreas por minuto; ahora estamos muertos por cuanto los modelos computarizados basados en las imágenes satelitales demuestran que superamos las veinte hectáreas por minuto de destrucción de selvas tropicales (en un entonces selvas lluviosas o pluviselva).

El proceso de recuperación va a ser lento, pero se requiere frenar con urgencia (hace veinte años ya era urgente hacerlo) la deforestación, la minería y el cultivo de ciclos cortos en el sur de Venezuela, centro y sur de Guyana, y norte de Brasil. Si la degradación y desaparición de los bosques tropicales no se detiene, no volveremos a ver normalizados los torrentes de agua que llenaban el vaso de las cuencas que llenan el embalse de Guri.

El proceso de sabanización debe revertirse, las “hermosas” sabanas en los entornos selváticos son un error de la historia humana, jamás se produjeron por obra y gracia de la naturaleza, menos aun los enormes arenales, dunas y zonas desérticas que ya vemos al sur del Parque Nacional Canaima, o en casi toda la cuenca del río Caroní, peor todavía en el extremo suroeste de Guyana y en el norte de Brasil (alrededor de Boa Vista).

Nuestro gobierno debe establecer petitorios y acuerdos urgentes para con los vecinos gobiernos, especialmente con el gobierno del Brasil. Nuestro parlamento nacional debe hacer lo propio. Ya no se trata de un asunto partidista, sino de unirnos en torno a la vida.

Este es un asunto tan estratégico para la sobrevivencia de Venezuela, que si no recuperamos la selva a mil kilómetros a la redonda de Guri (al este, sureste, sur y suroeste del embalse) -dije mil kilómetros, por efecto de los corredores de vientos alisios-, lamentablemente debemos desconectar el interruptor de las actividades económicas en el país, no queda de otra. Y, si queremos recuperar el patrón de lluvias en el llano venezolano y en las cuencas cuyo régimen hídrico depende del mismo patrón de lluvias (vientos alisios del sureste o patrón marzo-septiembre), es decir, cerca del ochenta por ciento del territorio venezolano, el rango de recuperación de la selva amazónica debe ampliarse a mucho más que pocos miles de kilómetros a la redonda.

Nuestro motor climático, lo sentenció el Dr. Schubert hace tres décadas, es la presencia de la selva amazónica; la ausencia de ella nos regresará a lo que fuimos antes que existiera: un enorme desierto.

Por favor, analiza y comparte. Tú puedes hacer la diferencia reproduciendo y discutiendo este material para la reflexión y acción.

¡Convirtámonos en los protectores de la selva amazónica!

@samscarpato

Código: 03-2016-1044

Para citar este escrito: 

SCARPATO, Samuel. (2016). Guri y colapso eléctrico en Venezuela. Primera publicación en fecha 09-Abr-2016 en el medio Facebook. Segunda publicación en fecha 29-May-2016. Consultado en fecha Día-Mes-Año. Disponible en: https://samscarpato.com/guri-y-colapso-electrico-en-venezuela/